
Alto y claro
José Antonio Carrizosa
Tiempos de rebelión
La vida vista
MARIO Conde ocupa rango altísimo desde hace años en la Santísima y Españolísima Cofradía del Pícaro Encorbatado, lo que viene a ser un buscón quevediano enfundado en traje a medida y con pelucón en la muñeca: actualización por tanto de un personaje clásico de las letras españolas. Héroe fue Conde en los 80, seductor entonces y ricacho engominado, maestro del verbo florido y la apostura, que quería parecerse a Adolfo Suárez y que se acabó pareciendo al Dioni. Villano más tarde en sus años de talego, de los que cuenta cuando lo dejan historietas de abuelo cebolleta junto a chirleros, etarras y otra farándula del trullo. Y hogaño, una vez exconvicto, personaje televisivo que lo mismo se hace la víctima con sus gafitas quebradas de docto sobradete, que se escribe un libraco exculpatorio con prosa venenosa o que va dando conferencias por ahí como si en su cráneo privilegiado anduviesen todas las soluciones a los males políticos de la España funesta. Mil caras las que ofrece por tanto su biografía, en realidad un lo que pudo ser y no fue. O un fue lo que pudo, y zen. Capítulos de una vida que se incrementaron el lunes con nuevas andanzas cuando la Guardia Civil se personó en una de sus haciendas para detenerlo de nuevo. Lo acusan ahora en su crepúsculo de crear una entramado con el fin de retornar a España los muchos millones que se supone que sacó hacia Suiza mientras expoliaba Banesto hasta dejarlo desplumado como un pollo de feria. Y yo supongo que en breve estará Mario Conde en la calle, porque las leyes son como son, y volverá a negarlo todo y, con su mítica verborrea, seducirá a ese público fiel e inocentón que aún se cree sus milongas de vendedor de crecepelo. Volverá, ya digo, pero en el drama de corruptelas que padece este país habrá jugado ya en su fabulosa rentrée un papel destacado: el del tío abuelo que, avanzada la boda trincona, se emborracha como un piojo, baila con garbo etílico la conga como en los tiempos de Manolita Chen y se reivindica como ligón y Pepito Piscinas. Porque Mario Conde, aunque fuese a disgusto, hizo ayer eso: reivindicarse como gran hacedor de la cultura del pelotaso, como el tío Pacorro que viene de vuelta y conoce el oficio de tahúr como nadie. Personaje rico para el literato, ni se duda, este Mario Conde, pero ojalá no hubiese sido real sino imaginario pues, de tan arquetípico, incluso imaginario parece.
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