La esquina

José Aguilar

Cascos pide democracia

CONOCÍ a Francisco Álvarez-Cascos en una caseta de feria (de Sevilla). Estaba en todo su apogeo y, tratado de cerca, me pareció tan desagradable como parecía de lejos, aunque eso no sirva para juzgar su gestión como gobernante. Más desagradable era Aznar y tuvo un primer mandato positivo, cuando aún no gozaba de la mayoría absoluta.

A cuenta de su salida -con portazo- del Partido Popular, el presidente del comité electoral del PP madrileño, que habla en nombre de Esperanza Aguirre, ha dicho que "es una mala noticia para Asturias y para España". Bueno, es una mala noticia, sobre todo, para Álvarez-Cascos, que quería volver a la política de primera fila por aclamación y se va a quedar con las ganas. Si vuelve, finalmente, será como fundador de un partidito destinado fatalmente a dividir el voto de centroderecha en Asturias para quedar en nada.

Con sus proclamas de dignidad ofendida y su realidad de soberbia insatisfecha, Cascos ha apelado a la democracia interna que necesitan los partidos para garantizar el pluralismo. Su argumento es que si la hubiera en el PP él sería sin duda el candidato a la Presidencia de Asturias. Lo que no ha dicho es que su hipotética elección como presidenciable llevaba aparejada, automáticamente, la eliminación de la cúpula popular en la región (que ahora él cae en la cuenta de que es un país). Si Rajoy hubiera cedido a la ambición de Paco Cascos, probablemente el PP sacaría más votos en mayo, pero al precio de laminar la organización y crear otra al entero servicio del ex vicepresidente. Cabe imaginar el problema que para el propio Rajoy significaría convivir con un Cascos triunfante.

Para justificar su egolatría sin límites Francisco Álvarez-Cascos empieza por negarse a sí mismo, a todo lo que su figura ha representado en el antiguo PP, y antes en Alianza Popular: liquidador de disidencias y baronías, puño de hierro sin guante de seda para construir un partido monolítico y superjerarquizado, autoritario en los gestos y en los hechos que ahora reclama la democratización que nunca aceptó cuando mandaba. Los que ironizaron con su cargo de secretario general del PP apodándolo general secretario sabían bien cómo se las gastaba, y lo recuerdan en estos momentos en que, después de ocho años de voluntario retiro, ha querido subirse a la ola victoriosa que vive su partido para regresar, pero por todo lo alto. Mejor dicho, su ex partido, porque en un solo día ha renegado de él y tirado por la borda 34 años de militancia. O yo o el caos. O soy candidato con las manos libres para hacer y deshacer en el PP asturiano o el PP de Rajoy es una mierda.

Hace falta ser extremadamente vanidoso para supeditar con tanto descaro los intereses de su partido a los de su propia persona.

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