Poco antes envió sus últimas fotos, que viajaron hacia la Tierra desde más allá de Júpiter a la velocidad de la luz. Después se sumergió en la atmósfera de Saturno, a mil millones de kilómetros de aquí, y se desintegró en absoluto silencio, sin testigos. La sonda Cassini puso ayer el punto final a su misión después de trece años en los que ha cartografiado a fondo a Saturno y sus satélites y nos ha servido en bandeja un conocimiento exhaustivo y profundo del Sistema Solar. Su éxito es el de una especie dispuesta a comprender y a ir siempre un poco más allá, que no ha extinguido su instinto descubridor y encuentra en cada límite la oportunidad de traspasarlo. Pero Cassini es sólo una página más en la brillante historia reciente de la exploración del cosmos: el avance registrado sólo en la última década ha sido verdaderamente prodigioso. Hoy sabemos del universo mucho más que ayer mismo, merced a los avances tanto en física teórica como en las tecnologías de la observación, fecundamente cómplices a la hora de llegar adonde hasta hace nada parecía imposible. Y a la vuelta de la esquina nos espera lo que los observatorios del proyecto LIGO tengan que anunciar sobre la materia y la energía oscura, mayoritarias en el tejido del cosmos, a tenor de la información que nos aporten las ondas gravitacionales. La cantidad de exoplanetas con condiciones potencialmente favorables al desarrollo biológico crece día sí, día también. Si hace veinte años el escepticismo sobre la posibilidad de la existencia de vida en otros planetas cundía entre casi todos los astrónomos, la proporción se ha dado la vuelta de forma radical. Hace un par de meses realicé una visita al Observatorio del Calar Alto, en la provincia de Almería, y resultó conmovedor pasear por las entrañas de los telescopios que han descubierto varios planetas más allá del Sistema Solar y estallidos de supernovas a las mismas puertas del Big Bang. Lo mejor de todo es, sin embargo, la evidencia socrática de que cuanto más conocemos, más conscientes podemos ser respecto de lo que no conocemos. Cassini ha guiado nuestras miradas a lugares que antes ni siquiera podríamos haber imaginado; pero es ahora cuando podemos preguntarnos hasta dónde podemos seguir, cuánto nos queda por delante para seguir explorando.

Resulta significativo, al mismo tiempo, el modo en que la sociedad civil, los debates sobre cultura y educación, las agendas políticas, los medios de comunicación y los centros de interés viven en su mayoría de espaldas a una verdadera revolución capaz de modificar, aún más, la imagen que el ser humano tiene de sí mismo. La refriega cotidiana se resuelve en la mediocridad de siempre, con las banderas bien izadas, los procedimientos de exclusión en marcha, el ocio deshumanizador como único consuelo y la distribución del personal entre parroquias, etnias, razas, lenguas, religiones, territorios, ideologías y demás invenciones con tal de que cada cual pueda sentirse menos solo a base de recordarle al prójimo que no es de los suyos. Posiblemente todas las grandes revoluciones científicas sucedieron así: con la más absoluta indiferencia de la misma especie, más empeñada en matarse por cuestiones menos elevadas. Al cabo, el Renacimiento fue exactamente esto. Hace poco cantaba Battiato en Málaga: "Háblame de la existencia de mundo lejanísimos". Pues claro.

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