Monticello

Víctor J. Vázquez

vvazquez@us.es

Censura(s)

El Estado social, que ya no puede censurar por la vía de prohibir, lo intenta por la vía de no subvencionar

La censura es, jurídicamente, un concepto muy pobre. Solo es censura, en puridad, el control estatal previo de obras o publicaciones, sobre la base de un canon prestablecido. Dicha censura, prohibida sin excepción por nuestra Constitución, es una realidad hoy inexistente. Ahora bien, el concepto cultural de censura es mucho más amplio y útil. En términos informales consideramos censura cualquier acto, también de poderes privados, dirigido a ocultar una determinada expresión o creación. No tiene nada de antijurídico que un director de opinión vete la columna de un colaborador, pero a eso, vulgarmente, lo llamamos censura. Luego, cuando se trata de arte, la censura normalmente es testimonio de una pasión. El censor, como ha descrito gráficamente Coetzee, es aquí, puramente, una persona que quiere evitar una erección. ¿Me excito yo con esto?, ¿me perturba?, se ha de preguntar el interventor a sí mismo antes de ejecutar su orden de silencio. El gran censor lo ha sido históricamente el funcionario estatal. Y el gran profanador del tabú, quien desafiaba el derecho de la moralidad, los límites de lo sacrílego y lo obsceno, fue el artista. La censura, en todo caso, envilecía al Estado y daba al creador un prestigio. Joyce, Flaubert, Wylde son héroes de la libertad de expresión. Hoy, sin embargo, hay una censura no estatal que no se avergüenza de sí misma. El cancelador, censor pasional que teje estrategias sociales para condenar al ostracismo, está orgulloso de su tarea y hace creer a los ciudadanos que tienen un derecho, tan imposible, como el de a no sentirse ofendido. Mientras, el Estado social, que ya no puede censurar por la vía de prohibir, lo intenta por la vía de no subvencionar. Quiere el poder político un arte pastoral, donde el discurso del artista se pliegue a su propio discurso, y un espacio público puritano donde no se vea, por ejemplo, la foto de un torero, por la salud pública de Barcelona. Luego están los capellanes filantrópicos que no temen mostrar su pequeñez y retiran el plácet presupuestario al escándalo de Virginia Woolf y Lope de Vega, demostrando, por si alguien lo dudaba, que la autodenominada derecha punk se sigue preguntando y fustigando por la excitación con autoritarismo clásico. La censura, en definitiva, es polifacética en este tiempo de guerras culturales donde, como mínimo, cabría esperar que ningún bando cuente en la batalla, por ejemplo, con la ayuda espontánea de un policía que, ofendido, detenga una actuación y tape las tetas de la cantante, previa amenaza de esposarla y detenerla.

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