EL ESPONTÁNEO

Juan Cachón Sánchez

Chanel nº5

ALGO está ocurriendo, algo pasa y no nos enteramos, me comentaba don Nicolás, el vecino del ático. Desde un ático, las cosas se ven de distinta forma, el ático es como el liguero que abraza al pubis, el ático abraza la ciudad, sus pubis, sus falos, de noche es como un ojo daliniano en que los relojes del tiempo se derriten ante lo prohibido y la promiscuidad. Algo está ocurriendo, algo pasa y no nos enteramos, quizás sea el ascensor, que parece una marmita de Papín, o los olores, quizá el perfume de mi sombra.

De adolescente, escuché demasiado Antón, Antón, Antón pirulero... y posteriormente una pieza del Pierrot lunaire de Schóenberg. Pero lo más enigmático es el perfume, se agudiza en el tercero, creo que es Chanel N° 5.

-Es normal, don Nicolás convive con una contorsionista del Mouline Rouge, yo la he visto recoger el correo con el dedo gordo del pie derecho y decir "yes".

Intrigado, le pregunté qué leía últimamente:

-De todo, desde El Coyote hasta Cioran. Para colmo, fíjese en el nudo de la corbata y qué decir de la chaqueta, tiene una manga más larga que otra.

-Es lógico, tiene un muñón y hemorroides y su sastre es de derechas y usted sabe que lo único que hacían bien dentro de un orden eran los sombreros.

-Algo está ocurriendo, algo pasa y no nos enteramos.

-Eso le ocurrirá a usted, que vive en Babia, tiene una radio de galena y gabardina, no tiene coche, ni televisión, ni móvil, ni internet.

Aparte, que eso que le pasa cuando cierra los ojos y ve dos huevos fritos, también le ocurría a Dalí.

-A mí lo que me preocupa son los olores, cada piso tiene un perfume y, como padezco de cataratas, los capto mejor. Observe que en el quinto huele a detergente con suavizante En el ático en cuestión, prácticamente vacío, se olía el silencio. Al sentarnos, las sombras se proyectaron sobre la pared de yeso blanco y lo único que se podía observar era un bodegón de Morandi, dos alcayatas equidistantes a tres pulgadas del marco del cuadro y los calcetines rojos. Don Nicolás, con rostro patibulario y mientras encendía su pipa como una interrogante, sentenció.

-¿Por qué se cree que salgo poco? Sólo los Miércoles de Ceniza y el día de San Antón. Me pone enfermo escuchar la tontería de turno y entonces me pasa como a Unamuno, cuando se refugiaba en la lectura de Flaubert, que a su vez afirmaba estar enfermo de la estupidez humana que no podía soportar. Ya ve, éstas son mis pertenencias: una estilográfica que utilizó el Duce, un Morandi que me regaló un partisano y una mecedora de mimbre en la que Albert Camus escribió, según un anticuario, El extranjero. Por no tener, no tengo ni sombra, pero vivo de los perfumes.

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