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Daños de campaña

Es imposible encontrar una razón política aceptable que justifique el desaire que perpetró Ayuso

Nadie en un tiempo en el que todo se cuantifica en votos. En este largo periodo de precampaña nada es casual ni fortuito y cualquier gesto tiene su consiguiente traducción electoral. Lo que ocurre es que en ocasiones ese afán en la disputa del voto ciudadano lleva a poner en peligro cuestiones que trascienden al efecto electoral inmediato y pueden arrastrar consecuencias que se prolonguen más allá de la contienda. Eso es lo que ha ocurrido con el calamitoso incidente de la presidencia en el desfile del 2 de mayo en Madrid, cuyos lamentables efectos se prolongarán más allá del 28 de mayo.

Es imposible encontrar una razón política aceptable que justifique el desaire que perpetró la presidenta de la Comunidad de Madrid con un ministro del gobierno de España. Ni por tradición ni por protocolo ni por lealtad y respeto institucional puede explicarse la postura inadecuada, hostil e irregular que desde el gobierno madrileño se adoptó en ese evento. Solo la inmediata táctica electoral de buscar el enfrentamiento y recuperar el protagonismo político, cuestión en la que la presidenta Ayuso es una aventajada alumna, explica esta actitud. Ante esa provocación, desde el ministerio podían haber dado alguna respuesta adecuada, pero me temo que no fue la que se adoptó. Lo más prudente y responsable hubiera sido dejar patente la inadmisible y caprichosa postura del gobierno regional sin tratar de amplificar el conflicto. La otra hubiera sido exigir el respeto debido al gobierno de la nación y hacer que se cumpliera contra viento y marea el decreto de protocolo y preferencias. Esta, que parece ser la actitud adoptada, pero de llevarse a cabo habría que haberlo hecho midiendo todas sus consecuencias y asegurándose que al final el respeto y la dignidad gubernamental quedaran a salvo. Pero en ningún caso la posición de firmeza de exigir la presencia protocolaria que corresponde al ministro, puede quedar frustrada al pie de la tribuna por la actitud descarada y firme de una jefa de protocolo como ocurrió, dañando así aún más la imagen de ambos gobiernos. Si lo que se pretendía era restituir el prestigio institucional del ministro marginado, el resultado fue justamente el contrario. En este caso, la estrategia electoral inmediata ha negado el mínimo respeto debido entre gobiernos y ha sentado un precedente que pone en juego la imagen de los dos organismos implicados. Son daños de campaña que trascienden al resultado de unos determinados comicios.

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