el poliedro

José / Ignacio Rufino

Deoleo y el efecto sede

A algunos 'ortodoxos' les parece maravilloso que la líder mundial del aceite acabe teniendo su sede en otro continente

26 de abril 2014 - 01:00

ES propio de economistas denominados ortodoxos criticar que las autoridades -nacionales, regionales o locales- defiendan la permanencia de empresas e instalaciones productivas en su territorio, e incluso, sensu contrario, defender la deslocalización como algo propio del necesario e inviolable libre juego empresarial, aunque los trasladadores se hayan beneficiado de cuantiosas ayudas públicas que nunca -nunca-devuelven al darse el trasladarse a otros lugares de mayor baratura y otros apoyos públicos. He asistido a encendidas condenas de la naturaleza de las cajas de ahorro, como si el modelo fuera malo en vez de malos los poderes fácticos que controlaron dichas bancas de orientación territorial y social y cercanía. Al final, nos quedamos sin cajas aquí (con dos honrosas excepciones): otras regiones las tienen, y bien que ayudan a la política económica del territorio donde nacieron y se radican. Cabe decir mucho sobre por qué el ser "ortodoxo" en la visión económica se asigna como adjetivo a quienes hacen profesión de fe de la libertad frente a la tozuda realidad que demuestra que las iniciativas económicas no vigiladas producen monstruos en forma de destrucción para las mayorías, y peligrosa desigualdad en beneficio de cada vez más exiguas e informadas minorías. Esto es una impresión empírica: ojalá la libertad plena -en caso de existir tal cosa en este divertido valle de lágrimas- produjera riqueza y bien común, siquiera en la mayoría de los casos. Hablo de este mundo, no de otros que al menos yo desconozco.

Con el caso Deoleo ha sucedido algo parecido: a no pocos ortodoxos que viven aquí les parece maravilloso -por ser muestra de libertad- que la líder mundial del aceite de oliva acabase teniendo su centro de decisión no ya fuera de Andalucía, sino incluso en un rascacielos en otro continente donde tiene sede un fondo de inversión al que el aceite le importa lo mismo que los microchips o la cría del avestruz, más allá del reparto de sus fondos en su diversificada cartera: ahora entro, ahora salgo; ahora para acá, ahora para allá (sí, sí, es cierto: su fondo de pensiones de usted quizá tenga mucho que ver con uno de estos fondos). O dicho de otro modo: hemos podido oír que la Junta de Andalucía era una impresentable al intentar intervenir en esta nueva crónica de una muerte anunciada de nuestro sector oleístico, en el que somos los mejores y más grandes… y los peores y más débiles. Me remito a mis compañeros Ignacio Martínez (Un asunto estratégico, en las cabecera de Grupo Joly) y Tomás Monago para abundar con precisa explicación y análisis en este asunto en sus términos accionariales y de impacto estratégico y regional.

Pero si el tamaño y la titularidad importan, la sede también. Es precisamente el abandono del accionariado de un banco nacionalizado -Bankia- y la venta de su paquete a un fondo de inversión lo que ha llevaado a otro accionista de referencia -Hojiblanca-a plantearse si tiene sentido seguir en esa empresa fragmentada y demasiado diversa. Esta semana, el consejo de administración de la atribulada Deoleo decía querer trasladar su sede social a Sevilla, donde tiene dependencias de gestión. Ojalá. Y ojalá se quedara aquí el poder de decisión sobre este gigante de un sector crucial para Andalucía. Y ojalá los poderes públicos estatales y regionales intervinieran decididamente en este asunto, una vez que ellos mismos se han cortado las manos y las piernas. Parece que el Estado reacciona ahora con la SEPI tras la pasividad con la venta de acciones por parte de un banco de su propiedad. Y una caja andaluza, otra vasca y otra catalana pretenden aunar este movimiento de retención de la sede y la decisión cerca de la producción. Menos mal. Con permiso de la libertad manoseada y edulcorada.

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