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Ayer se celebró en Andalucía el Día dedicado a la Lectura. La fecha se hace coincidir con la reunión promovida por el Ateneo de Sevilla el 16 de diciembre de 1927 y que dio nombre a una Generación que algunos consideran como la Edad de Plata de la Literatura Española. No está mal que las autoridades dediquen una fecha a incentivar la lectura de los ciudadanos; éstos, en materia de cultura como en otros temas, se dejan llevar por la corriente y si, en este caso, ésta les lleva a fomentar la lectura, bienvenida sea.
A la hora de elaborar estadísticas, esa otra forma de mentir como dirían Mark Twain y Disraeli, los datos se manejan según convenga. Una cosa es la lectura y otra la venta de libros. La industria editorial, como cualquier industria, elabora un producto que lanza a la venta adaptándolo a los gustos del consumidor. Ese producto final se llama libro, como podría llamarse bollo relleno de crema pastelera, y tiene un destinatario. Se cuenta que un famoso editor cuya empresa era líder en la venta de los denominados best-sellers afirmaba que en España no había más de un 1% de españoles que supiesen realmente de libros y que éstos no le interesaban lo más mínimo. Vistas así las cosas, lo rentable era tener como clientes al 99% restante que compraban todo lo que se les pusiera por delante. No le faltaba razón a tan avispado empresario y los números siempre acabaron dándole la razón.
La lectura y los libros, al menos para las generaciones que hemos sido educadas de esa manera, deben formar parte de la vida de aquellos que quieran cultivar su espíritu. No quiere decir que los no lectores carezcan de sensibilidad y de vida espiritual: antes al contrario, existe mucho cretino ampliamente leído y escribido. Pero sí es cierto que la lectura, como dice un viejo aserto, es la gimnasia de la mente.
Si este día dedicado a la lectura sirviera realmente para fomentarla y atraer hacia ella a los que leen poco, bienvenido sea. También sería deseable pretender que los que ya leen lo hicieran sobre textos valiosos más allá del simple divertimento, aunque esto último no es en absoluto despreciable. Por otra parte, a los que leen mucho, tal vez demasiado, y ven la vida a través de los libros, no les vendría mal asomarse al mundo aunque sólo fuera por un día para ver la realidad. Sería algo así como programar un día sin libros.
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