Veo que le cae una bronca monumental a Alberto Garzón en las redes sociales y en más sitios y me temo lo peor: ha colgado otro vídeo en el que sale dándole la vuelta a una tortilla, se ha hecho una foto con una camiseta del NKVD o ha compartido el meme definitivo de José María Aznar. Pero resulta que no, que ha metido la pata mucho más todavía: ha hecho unas declaraciones inaceptables sobre el turismo. Tan inaceptables que el sector hostelero de la Costa del Sol, sin ir más lejos, pide su dimisión mientras los presidentes de las comunidades con mayor afluencia turística reclaman, cuanto menos, una rectificación inmediata. Luego, bueno, la caverna tuitera alerta de la revolución comunista, lo que no deja de tener su salsa. Claro, enseguida se muere uno de curiosidad por ver lo que ha dicho el ministro. Pero antes hay que hacer, como siempre en estos casos, un ejercicio previo de higiene para aislarse en la medida de lo posible del ruido y atender a las declaraciones en cuanto a las mismas, no a tenor de su resonancia. Ya en faena, resulta que lo que hace Garzón es un diagnóstico respecto al modelo económico vigente, que ha apostado por el turismo hasta el punto de depender del mismo en extremo, lo que, en épocas adversas como la que nos toca, puede conducir al país al desastre. El ministro, que dice preferir una "diversificación" de la economía, señala que el turismo es un sector "con escaso valor añadido", lo que decididamente ha enfurecido a hosteleros y consejeros. Pero, si somos rigurosos, hay que admitir que el margen que ofrece el turismo para, por ejemplo, la inversión en I+D+I, es limitado, o más limitado al menos que en otros sectores distintos del terciario, o incluso distintos del turismo pero dentro del mismo, que sin embargo no han gozado de la misma atención ni los mismos estímulos, seguramente porque su rentabilidad es menos inmediata. También dice Garzón que el turismo es "estacionario" y que los sueldos son "precarios". Pero esto, ay, no hace falta que lo diga Garzón.

A Garzón se le puede (y se le debe) criticar por muchas cosas. Se dejó en sus manos un ministerio de nuevo cuño, el de Consumo, al que le cayó del cielo una oportunidad única para justificar su utilidad en forma de pandemia, el contexto perfecto para reinventar la cuestión y abrir cauces nuevos en una circunstancia en la que el consumo tenía que hacerse de otra manera, incluso desde una perspectiva social si de eso se trata; y en lugar de eso Garzón ha optado por hacer mutis el foro. Pero tan unánime ataque a su diagnóstico revela, en el fondo, que el turismo se ha consagrado ya como la nueva religión a la que no se puede toser, pasto de censores. Cuando la industria se llevó la producción a otra parte pasándose por el forro las reservas éticas (aquí no sólo la banca ha sido deshonesta con los ciudadanos), la adscripción al turismo, que también ponía sus ojos en otra parte para atraer visitantes, fue acrítica y entusiasta. Pero ahora no hay otra parte. Así que a ver qué hacemos.

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