No lo entiendo. Les juro que no lo entiendo. Creí en su día sincera la promesa de Sánchez de no pactar jamás con los herederos de ETA. Pero, al parecer, su palabra es siempre temporal y mudable. Bien está que, en un esfuerzo de pacificación, EH Bildu participe del juego democrático. Nuestra Constitución lo permite, ofreciendo un ejemplo de elasticidad extrema, desde luego muy difícil de digerir por quienes sufrieron el horror terrorista. Pero de ahí a convertirlos en socios preferentes en la gobernanza del país hay un vergonzoso trecho de amnesia, insensibilidad y desprecio por tanta vida inicuamente cercenada. Aún más si se repara en que no se ha producido por su parte ningún gesto real de arrepentimiento. Vencidos pero no convencidos, están donde estaban, en una suspensión forzada, pero no voluntaria y racionalmente asumida, de la violencia.

La política, cuando cortoplacista y miope, tiene estas cosas. La ambición desmedida por mantener el poder propicia insólitos compañeros de cama y provoca colosales errores estratégicos y abominables errores morales. De éstos, no es el menor el permitirles reescribir nuestra historia. Si ya resulta inadmisible que una llamada Ley de Memoria Democrática, esculpida desde el poder y desdeñando todo consenso, pretenda instaurar una verdad oficial sobre los acontecimientos pasados, destroza toda lógica que se acepten como escribanos a los hijos de las fieras.

No extraña que personajes históricos del PSOE hayan firmado un manifiesto en el que señalan que la nueva legislación "tergiversa el gran pacto constitucional de 1978". Ellos, que sí vivieron aquel infierno, saben que la norma ataca la línea de flotación misma de la modélica Transición española, cerrada con la generosísima Ley de Amnistía de 1977. Extender ahora el periodo sospechoso hasta el 31 de diciembre de 1983 deslegitima el acuerdo constitucional y reabre la tarea, para ellos interesadamente inconclusa, de alcanzar la reconciliación. Todo por un puñado de votos, útiles aunque ensangrentados, que sigan alargando los días de soberbia y moqueta.

Luego se quejan de que los abandonen los suyos. Cunde el desconcierto porque miles de socialistas hayan decidido cambiar de papeleta. Dime con quién andas y te diré quién eres: un Maquiavelo minúsculo y sin talento, un Rasputín sin embrujo, un líder sin ética, credibilidad, escrúpulos ni dignidad que, si falta le hiciere, traicionaría hasta a su propia madre.

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