EL tiempo, que es juzgador insobornable, da y quita razones. Cuando en agosto de 2012 se le concedía la libertad condicional al etarra Josu Uribetxeberria Bolinaga, muchos creímos ver en tal resolución un trasfondo claramente político: de lo que en realidad se trataba era de encajar una pieza más -y no menor- en la negociación con ETA. Los motivos que entonces se argumentaron, la "humanidad" que exigía el trato piadoso de un enfermo terminal, a las puertas mismas de la muerte, fiaban la solidez de su fundamento al breve paso de unos pocos días. Pero, para desasosiego de jueces, forenses y autoridades, los días tercamente siguen pasando.

Ya en abril de 2014, un nuevo episodio reabre el debate: la presunta implicación de Bolinaga en el asesinato, en 1986, del guardia civil Antonio Ramos, provoca que el juez Ismael Moreno revoque su libertad condicional y la sustituya por prisión domiciliaria. Grave herejía. Dos meses después, la Audiencia Nacional, siempre al quite, sortea el escollo: Bolinaga ha de continuar en libertad porque cualquier otra medida es "innecesaria, inconveniente y desproporcionada", dada su situación de salud.

¿Desproporcionada? ¿Pero no fue Bolinaga quien secuestró a Ortega Lara, lo retuvo en un agujero 532 días y no mostró ningún escrúpulo en intentar, con su silencio, dejarle morir en aquella tumba infame? ¿Tenemos que olvidar, por el "bien común", que la esposa de Ramos, embarazada a la muerte de éste, dio a luz un crío autista y que, años más tarde, destrozada por la desesperación, acabó suicidándose? ¿Dónde están los límites? ¿Qué está bien y qué mal? ¿Cómo administrar la piedad?

Finales de julio de 2014. Por caprichos del azar, decidimos almorzar en Mondragón. En la entrada del sitio aleatoriamente elegido, tres paisanos conversan despreocupados. Hay, incluso, sonrisas. Al pasar, uno de mis acompañantes se fija en sus caras: entre ellos, con gorrilla calada y aspecto de anciano afable, está Bolinaga. Entretiene, supongo, sus horas rutinarias de paz.

Me sobran informes y pericias. Mis queridos jueces, mis respetados médicos, mis enternecidos dirigentes, esos muertos que vos matasteis -Corneille dixit- gozan, para vergüenza de un Estado que se dice de Derecho, para sonrojo de quienes proclaman impartir justicia, para gloria de la puta y mentirosa política que lo sacrifica todo al dios de lo oportuno, de razonable buena salud. Yo lo vi. La vida quiso que me lo cruzara. Doy fe.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios