LA selección española puede proclamarse esta noche campeona del mundo de fútbol, tan sólo dos años después de ganar el campeonato de Europa. Sería el broche de oro en la trayectoria de un grupo excepcional de deportistas, y hay razones suficientes, sin despreciar a Holanda, para creer firmemente que lo van a conseguir. Ya el hecho de haber llegado a la final, por vez primera en la historia, ha desatado entre los españoles una euforia que difícilmente se produce por otros acontecimientos colectivos. El gran valor de la selección española de fútbol que dirige Vicente del Bosque es haber despertado el orgullo nacional de un país lastrado por complejos, fantasmas y frustraciones de siglos. Los triunfos sucesivos del equipo español han suministrado a los ciudadanos unos niveles de autoestima que hacían mucha falta para culminar un camino de progreso incesante desde la instauración de la democracia, hace treinta años, y también como bálsamo de sosiego y esperanza en una coyuntura de crisis, incertidumbre y temor. Puede parecer irracional, pero funciona así. El fútbol moviliza y agita a las masas, excita pasiones y sentimientos y promueve la identificación nacional por encima de ideologías y clases sociales. Ningún evento había conseguido lo que la selección a su paso por Sudáfrica: la bandera española ondeando por todos los rincones de la geografía nacional, portadas por gentes variopintas a las que probablemente no une otra cosa que esos colores que simbolizan una pertenencia normalizada. Pero la selección no es ejemplar sólo por haber unido a los españoles y haber hecho que se reconozcan como ciudadanos de una patria común. Es que, además, juegan muy bien, y sus victorias deben muy poco al azar y mucho a su talento y creatividad. Este generación de deportistas pasará a la historia por sus cualidades puramente deportivas, y también por los valores que ponen en práctica, en el campo y fuera del campo: esfuerzo, perseverancia, compañerismo, solidaridad, humildad. Son un equipo en todo el sentido de la palabra. Están unidos siempre, en el triunfo y en la adversidad. Si sus principios y su conducta se extendieran a toda la sociedad española, seguro que podríamos ser más optimistas sobre la resolución de nuestros problemas. Los que jugarán esta noche frente a Holanda, y los suplentes, son un espejo para España. Tenerlos entre nosotros constituye un orgullo.

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