Hubo cierto choteo, vertido en columnas y corrillos hispalenses, cuando, tras la obligada cancelación de la pasada Feria de Abril, Sevilla optó a modo de consuelo por una ambientación festiva en las calles del centro. Las escasas ofertas de ocio se vieron reducidas a los bares y terrazas, o a lo que quedaba de ellas con las restricciones sanitarias impuestas, pero aún así se invitó al personal a que se dejara ver con indumentaria flamenca y a llevar el compás, sentadito y con las distancias de seguridad bien preservadas, en una emulación en la que quien quiso se lo pasó bien, que de eso se trataba. El choteo vino a cuenta de que, con el recinto ferial clausurado, hubo quien definió la jugada como la incorporación del modelo malagueño de Feria a la fiesta sevillana, por aquello del traslado de lo poco que podía ser celebrado al centro de la ciudad. Como en todas partes cuecen habas, hubo quien se lo tomó a risa, como correspondía, y quien vio el asunto con cierta indignación, pero eso es lo de menos. Lo importante es que ahora es Málaga la que pone sobre la mesa (con el alcalde, Francisco de la Torre, como primer impulsor desde esa mezcla a la que tan aficionado es de determinación y prudencia) una posible solución alternativa para el próximo mes de agosto, y ahí hay que ponerse serios. Los puntos de partida son irremediablemente distintos: a Sevilla la pilló abril en el imprevisible ascenso de la cuarta ola y todo apunta a que para cuando llegue agosto disfrutaremos ya de cierta inmunización gracias a las vacunas, con lo que la presencia de turistas volverá a ser, si no la de siempre, sí al menos notoria. Pero, ya puestos, igual podríamos plantear un quid pro quo e incorporar ciertos elementos de la Feria de Sevilla a la de Málaga (ahora sí, acabo de servir en bandeja las razones exactas de mi crucifixión). No, no me refiero al derecho de admisión en las casetas del Real, ni a la noche del pescaíto, Dios me libre. Me refiero a un detalle mucho más discreto, nimio: hasta donde sé, y así me lo han confirmado algunos amigos que tengo en Sevilla, no ha habido quejas respecto a conductas ni comportamientos impropios en el centro durante este amago de Feria de Abril, más allá de la cogorza que haya podido coger cada cual. No se ha interpretado la fiesta como una licencia para maltratar las calles ni el mobiliario urbano. Los botellazos tenían lugar en Beatas y Teatinos, donde no había Feria.

Los malagueños tienden a pensar que su Feria del Centro es única, pero en realidad hay muchas fiestas parecidas en tantas otras ciudades de España. La Feria de Almería, por hablar de otra cita cercana que también se celebra en agosto, cuenta con su recinto propio pero la fiesta es mucho más abultada en el Paseo, en pleno centro. Es una feria pequeñita, con muchos menos turistas que en Málaga, pero su relación con el centro, que también acusa problemas de ruina y abandono derivados de la especulación urbanística como sucede en Málaga, es considerablemente menos dañina. No se trata de precintar el centro de Málaga ni de imponer un respeto religioso, como si del Santo Sepulcro se tratase; pero sí de valorar que a lo mejor es posible celebrar una Feria en el centro sin destrozos, sin orina en los portales, sin cristales rotos a cada paso ni otros motivos para la vergüenza ajena. No sólo para este año, sino como marco común para la Feria del futuro. Llevamos años escuchando avisos sobre un cambio de modelo, pero cada agosto da más asco. Así que igual la pandemia brinda el paréntesis perfecto.

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