Monticello

Víctor J. Vázquez

vvazquez@us.es

Gente de la cultura

Se ha interiorizado puerilmente que la profesión artística está vinculada a la pulcritud moral y al corazón progresista

Una actriz española se ha negado a acudir a un programa de televisión con el argumento de que la gente de la cultura no puede estar en connivencia con quienes blanquean el fascismo. La anécdota, entre otras cosas, nos plantea la cuestión recurrente de qué es la cultura y quién es la gente que pertenece a ella. El hecho es que el término “cultura” cumple casi una función metafísica en el origen del Estado Nación, así que para evitar la interminable indagación escatológica sobre la esencia de “lo cultural”, cabría buscar refugio en la Constitución, que reconoce a todos el derecho a acceder a dicha cultura e impone a los poderes públicos la obligación de promoverla. A partir de ahí, siendo aún más pragmáticos, podríamos aceptar, secularizadamente, el célebre aforismo de Godard, concluyendo que la cultura simplemente es aquello que pertenece al Ministerio de Cultura. La gente de la cultura serían simplemente los administrados de este sector. Ahora bien, esta lectura puramente institucional no parece suficiente. El término cultura ha adquirido hoy una connotación combativa. Guerreros culturales son los odiadores políticos profesionales, y el legítimo reconocimiento de los derechos se comprende ahora no como una conquista jurídica ciudadana sino como una victoria cultural. La cultura es también un instrumento del narcisismo. Los pueblos apelan al conjunto de sus tradiciones para pedir una estructura legal que diferencie y proteja su cultura, y en las artes es común que una parte se arrogue la representación del todo cultural en clave ideológica. La fórmula empleada por la actriz, nosotros, la gente de la cultura, se ha interiorizado puerilmente en sectores de la industria donde se asume que determinada profesión artística está vinculada a la pulcritud moral y al corazón progresista. El parodiable síndrome de la superioridad moral de cierta izquierda tiene así mucho que ver con los fastos de la bondad que escenifica gente de la cultura. Ahora bien, todo esto tiene una consecuencia igual de cómica en la derecha, donde intelectuales notables que disfrutan desde tiempo inmemorial de tribunas, cátedras, premios, cobijo editorial y eco mediático, se presentan a sí mismos como rebeldes descamisados en un mundo, el de la cultura, que les es hostil y en donde pasan frío. En este contexto, tal vez lo mejor sea plegarse a la frialdad del diccionario y usar democráticamente el término en su primera acepción, de tal forma que gente de la cultura sería todo aquel ciudadano que desarrolla su personal juicio crítico utilizando un conjunto de conocimientos adquiridos que así se lo permite.

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