Cenacheriland
Ignacio del Valle
Tragarte tus palabras
Me corrige fraternamente un amigo biólogo: no existen especies invasoras. Dicho de otra forma, todos somos especies invasoras, o algún pariente más o menos lejano lo fue. Las cotorras argentinas de tan desagradable graznido que salieron de las jaulas de los irresponsables son pura evolución y lucha entre los más adaptados y los a la postre perdedores. Mi amigo dice que tachar de invasora a una especie o bicho es propio de ignorantes y autosuficientes. Los castellano-aragoneses -españoles, o sea- fueron invasores, y qué malísimos fueron: los buenos eran los vikingos, según prefieren regodearse en bucle romántico algunoswasp de Estados Unidos. No sabe uno si atreverse a trasladar la negación de la especie invasora a la importación de las costumbres y las formas de divertirse. La gente se toma muy a pecho estas cosas. Halloween otra vez, otro año más, sí.
Importamos a principios del XX el que hoy es el mayor pasatiempo y fe popular, el fútbol. Importamos la televisión y hasta la fe cristiana. De hecho, la fiesta religiosa de pasado mañana -Día de los Difuntos- tiene su origen en el Día de los Muertos mexicano, como un cante de ida y vuelta (aprovecho para recomendar la deliciosa película de animación Coco, en un día como el lunes). Puestos a importar, el propio cristianismo es importado, y habrá algún rabioso historicista que prefiera decir que nos invadió la religión. Por eso resulta ya tópico el afán de no poca gente por enfrentarse a la juerguecilla infantil de Halloween, reivindicando al mismo tiempo las esencias cristianas de nuestra antropología de andar por casa. Dejad que los niños se acerquen a mí. Y quiero creer que Jesús también abrazaría a los pollitos disfrazados que importan, desavisados, una costumbre celta y pagana -y festiva en esencia-; como abrazamos el menú Big Mac, los vaqueros o Whatsapp.
Sepulcros blanqueados, dice precisamente la Biblia sobre los farisaicos. Cuánto monologuista o tuitero ataca a Halloween como fiesta aculturadora. Cabría esperar que este lunes, Día de los Difuntos, fueran en efecto a blanquear las fosas de sus antepasados, y rezar una oración en silencio o cogidos de la mano de otros que perdieron y añoran a esa persona muerta, con la esperanza de volverlos a encontrar un día. Pero qué va, pocos serán. Reivindicar las castañas asadas y la visita al cementerio y, en definitiva, las formas propias de honrar a los que no estarán ya nunca aquí abajo es demasiadas veces un ejercicio folclórico, identitario. Que como humo se va. Diviértanse los que quieran como quieran, sin salpicar.
También te puede interesar
Cenacheriland
Ignacio del Valle
Tragarte tus palabras
La esquina
José Aguilar
Por qué Sánchez demora su caída
Las dos orillas
José Joaquín León
Noticia de Extremadura
Notas al margen
El PSOE batalla contra sí mismo
Lo último