EL PUCHERO

Teresa Santos

Informar tiene sus riesgos

OCURRIÓ en los pasillos del Miramar, antiguo Palacio de Justicia. Se celebraba uno de esos macrojuicios que producen ríos de tinta. En el banquillo de los acusados se sentaban personas conocidas. Algunos de ellos percibían cómo su prestigio empezaba a hacerse añicos a medida que se sucedían las sesiones del juicio.

En la sala, día a día, se masticaba la tensión. Una tensión que nos la llevábamos puesta todos los que asistíamos a las sesiones de la vista oral.

Como las personas acusadas estaban en situación de libertad no debían ser custodiadas y, además, al no ser consideradas "peligrosas" no se tomaban medidas especiales de seguridad. En principio, nadie corría peligro. Sin embargo, cuando acababan las sesiones, los periodistas salíamos zumbando. No hacerlo era igual a exponerse a miradas escrutadoras y amenazantes o, al menos, así lo percibíamos. El Miramar era un lugar que sentíamos más o menos seguro, con distintas escaleras por donde subir o bajar y con gente a la que conocías discurriendo por todas partes.

La actual Ciudad de la Justicia nos produce a los periodistas sensaciones distintas. No siempre te encuentras con gente a la que conoces y desde luego no siempre tienes contigo esa sensación de seguridad que se necesita para desarrollar bien el trabajo que te han encomendado.

Desde que el nuevo edificio judicial está en funcionamiento, los fotógrafos de prensa y los cámaras de televisión entran en la Ciudad de la Justicia casi custodiados, no vayan a arrancar una instantánea no autorizada o permitida. Hay un punto de desconfianza que irrita, aunque se comprenda que con esta medida se trate de preservar la intimidad de quienes visitan el edificio. Lo que no se explica es por qué sólo se custodian los pasos que dan los fotógrafos o los cámaras. Entran muchos tipos de gentes en la Ciudad de la Justicia.

Los periodistas que se ocupan de la información de tribunales saben muy bien que narrar lo que se dice en los juicios tiene sus riesgos. Siempre hay alguien a quien le duele que los hechos que se juzgan acaben llevándose al papel, y que la historia de la que se trate quede recogida en los medios de comunicación no en toda su amplitud y sus detalles, sino en aquellos aspectos que el informador ha considerado que son noticia.

Aunque por suerte son pocas, hay situaciones en las que cumplir la misión de informar puede dar dolores de cabeza.

Lo indica el sentido común. En determinados juicios, no estaría de más reforzar la vigilancia en los pasillos de las salas de vistas, y no sólo por las sensaciones que puedan percibir los periodistas.

A buen entendedor...

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