Monticello

Víctor J. Vázquez

vvazquez@us.es

‘Joto, lambiscón, maricón’

Los términos ‘joto’ y ‘maricón’, surgidos para insultar, ellos lo habían resignificado y ahora denotaba el propio orgullo

Hace unos años, la Suprema Corte de la Nación mexicana, en una sentencia que revisaba en amparo una condena por injurias a un periodista que había llamado a otro joto, lambiscón y maricón, quiso aprovechar la ocasión para, a través de un fallo poco ortodoxo, afirmar que, dichos epítetos, no sólo dañan el honor del que los recibe, sino que su uso discrimina al conjunto de los homosexuales y como tal no pueden ser jurídicamente permitidos. La palabra joto, la palabra maricón, contendría un trauma, y cada vez que esta se repite dicho trauma, su genealogía vejatoria, se le haría presente a todo aquel que pertenece a un colectivo históricamente humillado por su condición sexual. El Tribunal, en definitiva, aprovechó la ocasión para intentar imponer una política de interdicción del lenguaje homofóbico. Tuve la suerte de poder discutir este fallo en la propia Corte, en la Ciudad de México, con otros juristas y también con activistas de la comunidad gay. La intervención de estos últimos fue reveladora y sus argumentos han tenido para mí, hasta hoy, un peso específico. Frente a la simpatía que, en la lucha contra el denominado discurso del odio, mostraron algunos juristas por la sentencia, todos los activistas allí presentes eran contrarios a esa interdicción del lenguaje. El término joto, el término maricón, surgido para insultar, ellos lo habrían resignificado y ahora denotaba el orgullo por su condición. El lenguaje, que puede ser performativo y hacer daño, también es interpelativo, y este colectivo, con la fuerza que surge de la humillación, había sido capaz de poner estos insultos al servicio de una función elemental: dar visibilidad a aquello que dolorosamente muchos tuvieron que ocultar. A diferencia de otras minorías, discriminadas por su raza o su etnia, los homosexuales podían sortear cualquier discriminación con el peaje de ocultar ese aspecto esencial de lo que somos, como lo es la orientación sexual. Su estrategia de lucha, así, nos explicaban, no podía prescindir de la idea de visibilidad, ni tampoco del lenguaje que los identifica. Decía que ese testimonio fue para mí fundamental como jurista, pero también como ciudadano. Es ahí cuando pude entender la importancia de la idea de orgullo y de la vistosidad de esa celebración. También lo difícil que es humillar al trapo arcoíris, y digo esto, claro, por lo que concierne al viril, apolíneo y ajustado, vicepresidente Gallardo, quien sí tiene a mano, en el trance, humillar la bandera de los españoles.

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