Juez y parte

Quien quiere ser neutral termina defendiendo las tesis mayoritarias, que son las más propicias para el camuflaje

Los andaluces hemos sido unos pioneros, pero el resto de los españoles vienen detrás, y de cabeza. Vamos a encadenar precampañas electorales con campañas, con poscampañas y vuelta a empezar. Incluso es probable, según vaticinan las encuestas, que los gobiernos que salgan no sean muy estables, y que volvamos a empezar de nuevo, como en la rueda de un neurótico hámster democrático.

Yo procuro no protestar de nada y de descubrirle la dimensión positiva al neofeminismo, a la práctica cuaresmal y al maquiavélico discurso del voto útil. El día de la marmota de la eterna castaña electoral me lo pone difícil. Lo de menos es el aburrimiento. La mayor dificultad estriba en que las campañas, como todos vamos a votar y vamos a ser gobernados por los políticos que ganen, nos ponen en un aprieto para no ser juez y parte. Parte somos, queramos o no, y juzgar es nuestro oficio.

Yo, en la columna, y ustedes, en sus conversaciones diarias, tenemos que mantener un endiablado equilibrio entre nuestros asépticos juicios como espectadores críticos y nuestras apasionadas posturas como ciudadanos afectados. Eso, si se trata de una campaña breve y aislada, cada cuatro años, todavía es posible, con una buena dosis de autodominio y frialdad mental. Cuando las campañas se escalonan, se solapan, se envenenan y, además, empiezan antes de tiempo y nunca acaban, cuesta mantener el tipo neutral.

¿Qué hacer frente a estas campañas perennifolias? Dedicar algunos días a temas apolíticos, para coger aire, ayuda. También, como hoy, pararse de vez en cuando a tomarse la tensión, no nos vayan a haber subido las pulsaciones. Pero de ninguna de las dos cosas se puede abusar, porque eso no sería encarar el problema, sino huirlo.

Hay que tener muy claro, al menos para uno mismo, que la propia cosmovisión hace mucha falta para opinar. La extrema neutralidad jamás es opinión y suele ser siempre falsa. Quien quiere ser neutral a toda costa termina defendiendo como un gato panza arriba las tesis mayoritarias, que son las más propicias para el camuflaje. Pero las ideas propias tienen que ser un instrumento de precisión para analizar la situación política con argumentos que acepte, aunque no comparta, el sentido común de un atento lector contrario. No podemos ser carne de cañón de forofismo partidista ni hacer el trabajo gratis a los publicistas. En esas distancias cortas es donde una columna libre se la juega.

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