Lección de una boda

Alguien tendría que hacer un estudio que nos aclarara las razones que conducen a esas erupciones de odio y villanía

Me lo cuenta un viajero de los nuevos servicios ferroviarios entre Sevilla y Madrid, pero igualmente podría haber sucedido en el AVE que ahora feudaliza Óscar Puente. El viajero observa con inquietud cómo suben a su coche unos veinte niños pastoreados por un par de profesores. Se teme lo peor, que no tarda mucho en suceder. A los pocos minutos el coche es como una jaula de monos en la que es imposible permanecer. Se queja a una profesora que declara su impotencia incluso antes de intentar nada. Por supuesto, no hay interventor ni algo que se le parezca. El viajero, como otros antes y después de él, abandona el vagón y se busca la vida por ahí. Es lo que tenemos.

Estos mismos aprendices de torturadores son los que, con algunos años más y tras un máster intensivo en redes sociales, utilizarán sus móviles como arma arrojadiza contra todo lo que les pete, por unos motivos o por otros. Lo acabamos de ver, una vez más, con motivo de la boda del alcalde de Madrid. Alguien tendría que hacer un estudio que nos aclarara las razones que conducen, regularmente, a esas erupciones de odio y villanía absolutamente fuera de control. ¿Vivimos sobre un barril de pólvora que en cualquier momento puede estallarnos bajo los pies? No se me ocurre qué puede tener el alcalde Almeida para suscitar tamaña reacción ante un acontecimiento tan natural y cotidiano como es una boda que, si ciertamente nunca debió ser transmitida por Telemadrid, tampoco incurrió en excesos faraónicos. Excluyo la socorrida envidia: se trata de un señor maduro y bajito, poco atractivo físicamente, que se ha casado con una joven agradable, de muy buena familia, pero tampoco precisamente una miss ni una estrella del cuché. Una pareja destinada a provocar una sonrisa de comprensión y humana complicidad. Por otra parte, Almeida, como alcalde es hombre dialogante, siempre que no se trate de Vox, y se ha caracterizado por su extraordinaria liberalidad con la izquierda, hasta el punto de no haber corregido los delirios de Carmena que había fustigado en campaña. Pero ha sido esa misma izquierda madrileña, a la que ha tratado con guante de seda, la que se ha revuelto contra él de forma brutal, y no sólo la amparada en el anonimato. El ensañamiento de sus medios ha sido igualmente aleccionador. Bueno, aleccionador no. El PP es incapaz de aprender lección alguna.

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