Mitologías Ciudadanas

José Fabio Rivas

Por un Leviatán ecológico

Alo largo de su historia, la humanidad ha ido pariendo relatos mitológicos para explicarse a sí misma las distintas maneras de ser y de pensar, de convivir y de actuar que tenemos los humanos. Hay que aclarar que una mitología no es una verdad histórica o científica, sino una verdad poética que da consistencia lógica y emocional a las cosas. O sea, que las narraciones mitológicas, como tal, nunca han sucedido. Son parábolas.

Tradicionalmente, a la mitología de Rousseau del buen salvaje ("el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe"), se suele contraponer la mitología de Hobbes del Leviatán, el monstruo bíblico con forma de serpiente gigante, sin piedad ni compasión, que representa al demonio. En su explicación del hombre y de la sociedad, en 1651, Hobbes hizo uso de esta metáfora. Para él, el hombre es un ser que busca el bienestar; es decir, minimizar el sufrimiento, el trabajo y las penurias y, en consecuencia, tiene a maximizar a su favor (y el de los suyos) todas las situaciones placenteras y favorables que encuentra. El problema -¡siempre hay problemas!- surge porque todos queremos y buscamos lo mismo, lo que se traduce en que cada individuo -en estado de naturaleza- está en tensión continua y en guerra permanente con los demás. O como sentencia Hobbes: "Bellum omnium contra omnes" (guerra de todos contra todos) o "Homo homini lupus est" (el hombre es un lobo para el hombre). Hace falta, pues, un pacto entre los hombres, un contrato social que limite ese estado de guerra. Ese es para Hobbes, el Leviatán: el mito del nacimiento del estado, de todas las instituciones político-sociales que posibilitan la convivencia y el acceso a cierto bienestar y desarrollo, a cambio de que todos cedamos parte de nuestra libertad y agresividad natural, para que de forma mancomunada el estado (el Leviatán) las regente a beneficio de todos. Ese es, de forma simplificada, el pacto mítico hobbesiano que nos fundamenta como sociedad y que legitima al estado y a las instituciones. En fin, una parábola para explicar las complicaciones del mundo en el que vivimos.

Gracias a ese supuesto pacto, hemos llegado a donde estamos, creyendo que el futuro es un radiante porvenir que a todos nos aguarda. Pero es obvio que ese "futuro" se ha agotado. No por el coronavirus. El coronavirus, por lo menos respecto a esto, solo ha sido la voz del niño que grita que el rey está desnudo. Pero el rey ya iba desnudo desde hacía tiempo, aunque muchos no lo reconocieran. Desde hace años, los movimientos ecologistas vienen insistiendo en que el modelo de progreso del que nos dotamos desde la revolución industrial (modelo que en los últimos cincuenta años, con el neoliberalismo, se ha desbocado y ha comenzado a mostrar, no ya sus miserias, sino la podredumbre de su descomposición), se fundamenta en la idea errónea de que los recursos de la tierra, de la naturaleza, son inagotables. Se acabó ese espejismo. La energía que necesitamos para seguir subsistiendo como especie tendremos que obtenerla sin romper el equilibrio de los recursos naturales. No queda otra. Aunar por tanto la visión ecologista al modelo de política será fundamental. No hay "futuro" para la especie humana sin un nuevo Leviatán que englobe también las exigencias y los límites de la naturaleza y de todos los seres que la habitan.

Sumario: No hay "futuro" para la especie humana sin un Leviatán verde que contemple las exigencias y los límites de la naturaleza y de todos los seres que la habitan.

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