Cuchillo sin filo

Francisco Correal

Lole y Manuel

25 de mayo 2015 - 01:00

DEBO reconocer, para empezar, mi absoluta indigencia de indocumentado integral en temas musicales. No pondría en pie, por ejemplo, una sola de las canciones de ese grupo que por lo visto tanto ha marcado la personalidad de Xavi Hernández. Si la relación enfermiza que tengo con las lecturas, decir literatura suena pedante, fuera la que tengo con la música tendría que reconocerme un analfabeto funcional. He entrevistado a cientos de músicos, de cantantes, pero eso no ha servido para mitigar esa mutilación en mi formación. Otra cosa bien distinta es admitir lo agradable que resulta oír una música agradable, una canción bonita o una letra comprometida, eufemismo del soponcio. Fui a un concierto de Hilario Camacho la semana de los últimos fusilamientos del franquismo y en algún colegio mayor era uno más de los que cantaba el Con tu puedo y con mi quiero vamos juntos compañero de Luis Pastor, pero eso no era música. Era sociología. ¡Qué miedo! Podía haberme convertido en un Pablo Iglesias.

Dicho lo cual, hay honrosas excepciones. Bonny Tyler fue la musa musical de aquel verano del 78 como recluta en el campamento Santa Ana de Cáceres. Adopté como un himno personal el Que no soy yo de Joan Bautista Humet y, caramba, todas las canciones de Camilo Sesto tenían algo. Fui periodista de cabecera de Silvio pero ahí había un limo común de far west, una adicción a la teología de los bares y a los libros de caballería.

Mucho antes de imaginar que terminaría viviendo en esta tierra, di con la mejor de las profecías: las canciones de Lole y Manuel. Al cumplir veinte años, un par de meses antes de venir a hacer prácticas en el decano de la prensa andaluza, me regalaron una novela del argentino Ernesto Sábato. Un amigo lamentó que ante la proximidad de mi llegada a Sevilla no me hubieran regalado un libro de temática más andaluza para concienciarme. Penoso afán, dicho sea de paso, pero lo que no hizo ningún libro, ningún viaje, ningún deslumbramiento, lo hicieron esas canciones de una pareja que llenaba los teatros de Madrid, que te llegaban a las entrañas con una luz que desterraba cualquier asomo de abulia o aburrimiento. Lole y Manuel simbolizaban en su pena la alegría de descubrir un territorio milenario que vive el día a día. Fueron mi puerta y ahora son mi ventana.

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