Luces fatuas

El mejor mecanismo para luchar contra la pandemia es la responsabilidad ciudadana y el sentido común

Decididamente, el mejor mecanismo para luchar contra la pandemia es la responsabilidad ciudadana y el sentido común. Las medidas dictadas por las administraciones carecerían de eficacia si no hubiera una inclinación colectiva a cumplirlas. Es cierto que no hay manera de controlar los desplazamientos para reunirse con un familiar o un allegado, pero tampoco es posible revisar el número de comensales que pueda haber en cada casa ni saber cuantos núcleos familiares concurren ni tan siquiera se puede garantizar el cumplimiento del confinamiento personal que se impone al contagiado o al que se ha relacionado directamente con él. A veces los poderes públicos se ven obligados a regular comportamientos sociales sabiendo que su cumplimiento depende más de la responsabilidad ciudadana que de los mecanismos de control. Ante esta limitación al menos es de agradecer que por una vez Gobierno y autonomías, salvo la singular y perpetua disconformidad de Madrid, hayan regulado los comportamientos ciudadanos para las vacaciones de navidad.

Este criterio razonable de restringir desplazamientos y evitar aglomeraciones para evitar la propagación del virus es contradictorio con la decisión de muchos ayuntamientos de no prescindir de la iluminación navideña. No se entiende bien que en unas circunstancias como las actuales algunos alcaldes sigan empeñados en ese pugilato infantil y absurdo de ser los campeones de la fatuidad y el gasto suntuario. Lo que surgió como un medio de apoyo al comercio se ha convertido en un fin en sí mismo. Nadie ha estudiado el beneficio comercial de estas iluminaciones ni donde está el nivel de saturación de esta irreprimible afición municipal, pero a estas alturas eso no importa, y haya o no comercio que promocionar y existan o no ciudadanos que lo puedan disfrutar, lo importante es que la ciudad cuente con unos cada vez más recargados adornos luminosos y así cada alcalde pueda sentirse como el gran creador de las fiestas y por ende de la felicidad de sus conciudadanos. A esta irreprimible afición municipal ha venido a unirse una vocación patriótica y nacionalista que ha aconsejado al debutante alcalde de Madrid a incluir como adorno navideño los colores de la bandera de España. Solo faltaba este toque político-patriótico para que el año que viene la pugna navideña se politice y veamos destellar enseñas nacionales, andaluzas, catalanas o gallegas en una nueva competición del ridículo y el despilfarro y con un nuevo motivo para la polémica.

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