James Salter escribe en Otros lugares, Kant tenía cuatro preguntas que debía de responder: qué puedo saber, qué puedo esperar, qué debo hacer y qué es el hombre. Europa ayuda a aclarar a todas ellas. Es el hogar de una civilización veterana, y sus puntos fuertes son verticales, es decir, profundos. Lo que finalmente ha proporcionado es educación, no las lecciones de la escuela sino algo más elevado, una visión de cómo resistir: tener ocio, amor, comida, conversación, cómo contemplar el desnudo, la arquitectura, las calles, todo lo que es nuevo y busca ser pensado de otra manera. En Europa, la sombra de la historia cae sobre nosotros y, sin saber nada de ella, tomamos profunda conciencia de nuestra pequeñez. No saber nada es no haber hecho nada. Recordarnos sólo a nosotros mismos es como adorar una mota de polvo. Europa viene a ser una clase enorme y desconocida que está por encima de cualquier clasificación o descripción’.

Si Europa es una clase enorme y nos ha proporcionado una educación, como una visión de cómo resistir. Sin duda, las bellas artes contribuyen no sólo al goce estético y saber contemplar la belleza sino también, o precisamente, por ello no sólo a resistir sino a disfrutar aún más de la vida. Pavese escribió, ‘La literatura es una defensa contra las ofensas de la vida’. El arte, en efecto, nos da una visión de cómo resistir, gracias a esa visión que nos produce la obra artística.

Leyendo esto pensé en algunos artistas que murieron recientemente (Martín Amis o Jeff Beck) y he admirado siempre, creyendo que los buenos siempre se van demasiado pronto y recordé al último: Maurizio Pollini, ese gran pianista legendario e inolvidable. Rodeado desde el principio de su carrera por el aura de haber ganado con 18 años el famoso Concurso Chopin de Varsovia 1960 en el que Arthur Rubinstein, afirmó ‘que tocaba más que todos los miembros del jurado juntos’ y por la frase de Karajan, ‘Es el mejor pianista de todos pero no lo sabe’. Lo atractivo de él, en mi opinión, es que siempre quitó importancia a esas declaraciones, no era muy partidario de las entrevistas y su comportamiento en el escenario y fuera de él era el el de un antidivo.

Lo mejor de él, un estilo propio. Un repertorio inmenso, que abarcaba Bach, Beethoven, Schubert, Schumann, Chopin y todo el repertorio del siglo XIX pero que amplió con música del siglo XX (Berg, Nono…). Fue un intelectual de la música con una perspectiva social. La experiencia de ‘Musica-Realta’ en los barrios y fábricas de Reggio nell’Emilia, en donde interpretó obras de Beethoven y Chopin. Ahí estuvo acompañado por el director Claudio Abbado y el compositor Luigi Nono. Todos compartían un pensamiento de izquierdas: «El arte en sí mismo, si es realmente genial, tiene el aspecto progresista que necesita la sociedad, incluso cuando parece absolutamente inútil en términos estrictamente prácticos», dijo Pollini en una entrevista a ‘The Guardian’ hará poco más de diez años. Entre el perfeccionismo y el lirismo, siempre la calidad. En sus propias palabras, “dicen que soy un perfeccionista. Bien, tengo que aceptarlo, pero de verdad que ese no es mi objetivo. Es una bellísima palabra la perfección pero es menos rica, tiene menos matices, que el concepto de búsqueda de la calidad. Mi ansia es la obvia, la de comprensión del autor y ahondar en su espíritu y trasladar su escritura con honestidad”. ¡Inolvidable, Pollini!

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