El balcón
Ignacio Martínez
Sota de Espadas
El poso de la prosa
EL verano se nos deshace entre las manos mientras una descomunal lengua de fuego se extiende por nuestros montes, transformando el paisaje de la Costa del Sol en un escenario de película de desastres. Desde Alhaurín el Grande hasta Ojén y Marbella un muro de llamas otorga una iluminación trágica a la costa. El desastre humano, ecológico y económico tardará décadas en olvidarse. Si es que alguien lo hace.
Pronto la tragedia abrió telediarios y ocupó portadas, no era para menos, y los políticos comenzaron a llegar en procesión a la romería berlanguiana organizada en torno al suceso. Siempre resulta conveniente que el político que tenga responsabilidades en la gestión de una emergencia, esté al pié del cañón, así como aquellos que estén acompañando a sus convecinos, pero cuando muchos intentan apuntarse al carro de las tragedias acaban por escenificar un espectáculo lamentable que sólo vale para entorpecer la labor de los auténticos profesionales.
El sentido de la mesura es una virtud ajena a la mayoría de los españoles. Los políticos no escapan a esta circunstancia, por lo suelen pecar en sus intervenciones tanto por exceso como por defecto. En el caso de los incendios los responsables públicos se muestran fieles a su naturaleza, por lo que lo mismo no aparecen por el lugar de asunto, y se van de cacería o a la playa, como colapsan el lugar con sus coches oficiales.
Mientras escribo se comunica que los diversos focos del asolador incendio están controlados, lo que no quiere decir que las llamas estén apagadas. Dicen en los medios que la coordinación entre las administraciones ha sido muy positiva. Nos congratulamos de ello. Pero hubiese resultado mucho más fácil si no hubiesen existido tantas administraciones que coordinar.
Viendo las declaraciones en la televisión, de los diferentes responsables, uno tiene la impresión de que hay más caciques que indios. Cada político dando explicaciones en la prensa de su respectivo negociado, de su parcelita, fomentando la desorganización, pero rellenando los telediarios. Uno, que tiende a pensar mal, se pregunta si esa no era la auténtica misión de muchos cuando se pusieron el disfraz de político de acción y se lanzaron en pos de la aventura.
Quizás mañana, hoy para el lector, muchos se feliciten de la labor de los medios de emergencia. Y no es para menos, sin duda han luchado contra el fuego con coraje y hasta la extenuación. Pero no podemos olvidar que esta catástrofe no es producto de la casualidad, sino la última consecuencia de un modelo de crecimiento que sólo ha fomentado la corrupción y la destrucción de nuestro entorno natural.
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