Mapa de la soledad

Cuántas veces no habremos visto justificar el abatimiento y la melancolía de un adulto con su condición de anciano

El lunes, en la gala de los Max que tuvo lugar en Cádiz, los chicos del Tricicle señalaron que a España le hacía falta un Ministerio del Humor para mejorar la vida del paisanaje. Lo cual no deja de ser, claro, una humorada, con un fondo obvio de verdad. Hay otros asuntos, sin embargo, que acaso sí necesiten de este ministerio reclamado por los Tricicle; o cuando menos, de una sólida atención por parte del Estado. Me refiero al creciente problema de la soledad entre los españoles, que según un estudio de Soledades, ahora publicado, afecta al 13,4 % de la población. Y entre los jóvenes alcanza al 22 %.

¿Es este recrecimiento juvenil de la soledad un efecto inadvertido de la pandemia? Según los investigadores de La Coruña y Vigo que participaron en el estudio, la soledad afecta más a las mujeres que a los hombres, y se halla ligada a dos fenómenos previsibles: la ansiedad y la depresión. También se recoge en el estudio el coste de este mapa de la soledad: más de catorce mil millones de euros. Uno, que ya va para senior, se halla acostumbrado a que la depresión y la angustia de los viejos se quiera confundir con el mero hecho de serlo. Cuántas veces no habremos visto justificar el abatimiento y la melancolía de un adulto con su condición de anciano. Pero la soledad de los jóvenes, encerrados en su habitación, abismados en su utillería virtual, como aquellos estudiantes japoneses de hace unos años, nos sobrecoge aún más por lo que tienen de humanidad tierna, voluntariosa y aturdida, que ha encontrado superior a sus fuerzas la aspereza del mundo. Y todos sabemos -porque estuvimos allí, hace ya mucho-, cuánta novedad, cuántos prodigios, cuántos dones misteriosos espera la juventud del porvenir, hasta que el porvenir, un día, se encuentra a nuestras espaldas.

Jaspers distinguía, no sabemos si correctamente, entre la histeria que aquejó a los siglos XVI-XVII y la esquizofrenia que afloró en el XIX, como propia de una nueva soledad, la soledad, inhóspita y vertiginosa, de las ciudades. Puestos a pedir, uno pediría que parte de los recursos del Estado se destinaran a conjurar esta abominable plaga de los solitarios a la fuerza. Y también sería deseable que aquel Ministerio del Humor de los Tricicle participara, de algún modo, en esta hechicería benefactora. Ya sabemos que ser adulto es aceptar, galanamente, la soledad que somos. Pero un niño, pero un joven, necesita de la doble abrasión de la amistad y el amor para llegar a salvo a esta otra orilla.

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