HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

'Miles Christi'

25 de julio 2010 - 01:00

EN los mitos más antiguos, desde la primera civilización, dioses, caballeros celestes, jóvenes esforzados y santos evangelizadores se van turnando en la lucha eterna del Bien y el Mal, de la valentía virtuosa, salvadora de ciudades, contra los monstruos y dragones que pedían jóvenes como tributo o raptaban doncellas, o en el exterminio de las serpientes con la visión de la cruz, que abría el paso a la predicación del evangelio en lugares remotos e inhóspitos. Apolo y la Pitón, Teseo y el Minotauro, Hércules y la Hidra se continúan en el cristianismo con san Miguel y el monstruo de Gárgamo, san Jorge y el dragón, santa Marta y la tarasca, san Patricio limpiando Irlanda de serpientes o las serpientes intentando impedirle la entrada en Galicia a Santiago. La virtud contra el vicio, el cristianismo contra la idolatría y las supersticiones. No siempre el paganismo era vencido.

En la Edad Media los monstruos siguen existiendo pero empiezan a tomar formas comprensibles, entre ellas la de los sarracenos, enemigos de la cristiandad. El cristianismo, la Iglesia, para suavizar la violencia de los guerreros de origen bárbaro, favorece la idea del caballero cristiano, miles Christi, otorgándole privilegios espirituales y predicando la lucha contra el infiel. Las cruzadas es la versión medieval de la guerra santa, que no la inventó Mahoma, sino que tiene una tradición antiquísima, heredada de las ciudades-estado y los pequeños reinos siropalestinos con dioses nacionales, entre ellos los de Israel y Judá. El caballero cristiano debía tener sus correspondientes celestiales: san Miguel y san Jorge, por ejemplo. En España, invadida por los sarracenos, aparecen hermosas leyendas protagonizadas por san Isidoro, san Millán de la Cogolla y Santiago, auxiliadores de las armas cristianas contra la morisma.

De todos ellos queda sólo Santiago Apóstol, desde que en el siglo XI auxilió a Alfonso VI en la conquista de Coimbra. La devoción a Santiago abrió el Camino que nos unió a la civilización grecolatina cristianizada e hizo que la devoción al santo pasara a Europa y América. Poco importa que el apóstol estuviera o no en España y esté o no enterrado en Galicia, lo importante son los prodigios de la fe: rescatamos una alta cultura clásica, los libros y las obras de arte se multiplicaron en monasterios y catedrales y, al fin, los sarracenos fueron expulsados de las tierras que habían invadido contra derecho. Con el tiempo, los turcos fueron empujados a volver a oriente. Todavía quedan tierras arrebatadas al cristianismo, como el Asia Menor de los teólogos griegos o el África romana de san Agustín, pero Santiago confundirá a los usurpadores y nos auxiliará en la nueva invasión, lenta y silenciosa, que han emprendido.

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