Cenacheriland
Ignacio del Valle
Tragarte tus palabras
ALGUNAS veces las campañas electorales coinciden con las fiestas de primavera, dos irrealidades con vocación de realidad que estamos deseando que pasen pronto. Ya una irrealidad sola es difícil de sobrellevar, cuánto más dos al mismo tiempo. Una a una las irrealidades no hacen mucho daño ni tuercen demasiado el orden que hemos establecido, porque el tiempo, la observación y las inclinaciones propias nos han ido creando una cierta misantropía y el orden nos protege del exterior. Los libros forman un muro defensivo fuerte, pero no es suficiente: algunos contienen teorías filantrópicas que darían al traste con las neurosis que nos protegen del mundo. No estamos a salvo del todo en ninguna parte cuando la fiesta sale a la calle y la muchedumbre parece feliz, o, por precavidos que seamos, los discursos de los mítines nos lo dan casi al oído desde la butaca de al lado. El terreno particular debe acotarse mejor.
La misantropía no es don gratuito, se conquista con un sinfín de dificultades y pasa por experiencias que hoy nos horrorizarían: estar apuntado en alguna asociación o en varias, tener alguna actividad social, ir de viaje largo o de excursión de un día en transporte colectivo, haber creído en la democracia y en muchas de sus innumerables ramas políticas, haber sentido simpatía por la izquierda, el feminismo, la ecología, el pacifismo y la teología de la liberación. Enumero solo estas pero hay bastantes más para concluir en el desengaño. Cuesta tanto llegar a ser un buen misántropo que muchas personas con intensión de serlos no logran desembarazarse de la dependencia de los demás. No saben estar solos o no han comprendido los placeres de la soledad. Las fiestas y actividades en grupos les tientan y acaban por no tener remedio. Agotan sus ánimos a altas horas en las barras de los bares.
Si hubiera muchos misántropos triunfantes de su deseo malsano de compañía, la humanidad se vería beneficiada enormemente. Serían ejemplos en el mundo moderno parecidos a los de los antiguos solitarios del desierto, habrían logrado un dominio de sí digno de emulación y un conocimiento de los demás digno de aprender. No es misántropo quien quiere, ni cualquiera sabe distinguir a un misántropo de un introvertido neurótico. Pero los hay hoy también, sin sayal de estameña ni lechuga de dieta ni demonios tentadores. Viven entre nosotros pero no con nosotros y son muy discretos, pues las conquistas del espíritu despiertan agresividad.
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