Mirada alrededor

Juan José Ruiz Molinero

jjruizmolinero@gmail.com

Nacionalismos excluyentes

Las señas de identidad no deben asociarse con la exclusión de los que no son o piensan como nosotros

El nacionalismo se basa, fundamentalmente, en la exacerbación de las particulares señas de identidad de pueblos, comunidades, grupos que, en algún momento, son utilizadas por dirigentes y movimientos políticos y sociales para formar un entramado de emociones colectivas, capaces de tergiversar la realidad, la historia y, en algún momento, la convivencia. La historia española está llena de ejemplos, como lo está la europea. No hay más que ver la base de algunos de ellos, como los vascos o catalanes. Sabino Arana, 'padre' del nacionalismo vasco, partía de la condición cerrada de sus valores ancestrales, de la pureza de sangre y origen, en una serie de afirmaciones auténticamente racistas que, hasta hace poco, algunos dirigentes utilizaban abogando por un ADN que le dieran sello de autenticidad. Ahora, el nacionalismo catalán extremo, recupera la vieja idea de separarse del resto de los españoles, a los que considera inferiores: recuérdese lo que le decía Ganivet a Unamuno o lo que señalaba, hace 150 años, del desprecio que observaba en sus visitas a Cataluña a la gente del sur.

El nacionalismo es fácil de manipular, hasta crear multitudes engañadas en sus sentimientos. Europa no está exenta de ellos. Empezamos por los 'valores' nacionales que han enfrentado a los estados y a los individuos -las dos terribles guerras europeas son un doloroso ejemplo, incluyendo las antiguas invasiones napoleónicas- o el odio hacia grupos, como ocurrió en la Alemania nazi con los judíos. De paso tampoco habría que olvidar nuestro comportamiento de 'unidad nacional', expulsando a árabes y judíos, nuestras guerras carlistas o terrible guerra civil, eliminando a los 'otros'. Por eso hay que estar atentos, en Europa, en España y en las regiones, para advertir de los peligros de nacionalismos enalteciendo diferencias que en vez de enriquecer se utilicen para separar lo que es patrimonio común. En una Europa y en un mundo cada vez más globalizado, las diferencias deben servir para lo contrario: enriquecer y no para separar.

Ahora mismo, en la Cataluña que siempre hemos considerado una avanzadilla española ante Europa, a la que hemos admirado por su modernidad y espíritu acogedor de tendencias la vemos ensimismada en un aldeanismo interiorista, en la que se está inculcando, por algunos sectores, un repudio hacia el resto de la nación de la que quieren separarse -Boadella afirma, desmesuradamente, ver atisbos de lo que se inculcó en Alemania contra los judíos-, mientras aparecen en el resto del país peligrosos e inadmisibles signos de 'catalanofobia' y brotes de nacionalismo españolista.

Espero que estemos a tiempo de detener esta espiral que nos recuerda nuestra fiebre cainita que tantas veces he denunciado.

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