La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

La Navidad conforme pasan los años

¿Cuándo la Navidad dejó de ser una vida para ser solo los días que van de Nochebuena a Epifanía

Cuándo la Semana Santa dejó de ser una vida para ser solo siete días? Infancia feliz del Domingo de Ramos, fuerza joven del Lunes y el Martes Santo, madurez del Miércoles y el Jueves Santo, plenitud de la Madrugada y el Viernes Santo por la mañana, vejez del Viernes Santo tarde y muerte del Sábado Santo: una vida entera, del blanco primero de las túnicas de la Borriquita al blanco último de los paños que caen de la cruz de la Soledad de San Lorenzo.

¿Cuándo la Navidad dejó de ser una vida para ser solo los días que, cada vez más deprisa, van de Nochebuena a Epifanía? Empezaba, para los escolares niños y los estudiantes jóvenes, la mañana en que nos despertábamos más tarde de lo habitual oyendo los números cantados de la lotería. Terminaba la mañana de padres somnolientos, despeinados y en batín en la que, después de abrir los regalos que SSMM habían dejado en casa, íbamos en busca de los que dejaron en las de los abuelos; y la recogida, casera, tarde en la que, si el calendario venía de malas, había que acostarse temprano porque el día siguiente había colegio.

Entre el despertar tardío de la mañana de la lotería y el temprano de la de Reyes cabía mucho más que 18 días. Una vida. Que fue menguando conforme dejamos de ir a las casas de los abuelos, primero, y a las de los padres, después; conforme nos convertimos en los padres somnolientos, despeinados y en batín, primero, y en los abuelos que esperan impacientes la visita de los nietos, después.

Pero no vean tristeza en ello. Dickens, que tanto amaba la Navidad, reflejó esta nostalgia en Lo que es la Navidad a medida que avanzamos en años: “Hubo un tiempo en que muchos de nosotros no echábamos de menos nada fuera de la Navidad, porque esta encerraba, como dentro de un círculo mágico, todo nuestro mundo limitado; porque ella reunía dentro de sí todos nuestros gozos, afectos y esperanzas hogareños; porque agrupaba a todo y a todos en torno del fuego navideño”. Pero, lejos de quedarse preso de la nostalgia por lo pasado, concluía: “A medida que envejecemos aumente también nuestro agradecimiento por el hecho de que el círculo de nuestros recuerdos navideños y de las lecciones que ellos nos traen se vaya ensanchando… En la hora de la esperanza inmortal, en el cumpleaños de la misericordia inmortal, (…) queden excluidos todos los dolores y asperezas, y sean admitidos con ternura todos esos recuerdos”. Así sea.

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