Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Anatomía de un bostezo
EL 12 de octubre, Día de la Hispanidad, de la Raza, del Pilar, de la Fiesta Nacional es, en su múltiple y variada nomenclatura, la metáfora perfecta de un país que no tiene muy claro qué es, un país que no se reconoce a sí mismo y, por tanto, no tiene muy claro ni cómo ni bajo que advocación celebrar nada.
Tras la resaca de la fiesta nacional más descafeinada, este maletilla quizás tendría que escribir una columna cargada de prosopopeya y exaltación patriótica, de esas que gastaban los prosistas de la Falange en la reciente posguerra y que, con retórica medieval, alababan las gloriosas hazañas de nuestra raza. Se pretendía recuperar un pasado heroico y la cosa quedó en sabañones, aceite de ricino y estraperlo.
El llamado "problema de España" era tras la guerra un asunto teórico de larga trayectoria entre nuestros intelectuales, pero el franquismo, con su improvisada doctrina, acabaría por simplificar y caricaturizar el espíritu nacional hasta el aborrecimiento, de forma que con la democracia lo moderno y avanzado se identificó con las autonomías.
En un ejercicio de paranoia colectiva negamos lo universal para centrarnos en lo local, nos catetizamos. Y así, en vez de rememorar, en un día como el pasado, nuestra historia, en Andalucía nos dedicamos a invitar a los niños a pan con aceite y en Cataluña a comer fuet y bailar sardanas.
Tras casi treinta y cinco años de democracia la idea de España como nación se ha esfumado, sustituido por un conglomerado de lo que algunos llaman nacionalidades y no son más que simples regiones. Hace mucho que los nacionalistas ganaron la batalla del vocabulario. En los medios es frecuente que se hable del Estado español como si fuera un monstruo que engulle, cual Saturno, a sus hijos, pero no de la nación española.
Durante los últimos años, lo único que vertebró a España, sumida en el caos autonómico, fue la Selección Nacional de Fútbol que, con sus victorias, devolvió a muchos millones de ciudadanos el derecho a usar con orgullo la bandera de su país. Hoy la selección juega a puerta cerrada, sin ningún tipo de retransmisión, y parece la alegoría de una España que se avergüenza de sí misma, que no sabe a qué juega.
El viernes unos cuantos miles de catalanes reaccionaron ante tanta estupidez y, bandera en mano, reivindicaron su derecho a ser español frente aquellos que los quieren despojar de su historia y sus raíces. Unos cuantos violentos, encapuchados, productos del sistema educativo descentralizado, acosaban a algunos de los pacíficos manifestantes. No sabían ellos que, en su ignorancia, no hacían nada más que confirmar la esencia española de Cataluña, pues no hay nada más español que odiar a España.
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