Tiempo Un frente podría traer lluvias a Málaga en los próximos días

Si bien es cierto que cuando un político decide salir de la arena los comentarios suelen ser por lo general elogiosos, aunque sea por aquello de a enemigo que huye, puente de plata, también es verdad que a la hora de largarse hay maneras y maneras. Es ahí, en el recorte de coleta, cuando se puede hacer gala de la elegancia natural o de la majadería marca de la casa, según le sople el viento a cada cual. Y luego están los que hace mucho que deberían haberse ido y siguen ahí, aferrados a sus puestos y a sus nóminas aunque poco se sepa de su actividad más allá de algún exabrupto esporádico. Con todo esto, cuando más ofuscados andábamos con el coronavirus y sus restricciones, con la torre del Puerto, lo que la falta al Metro y la madre del cordero, viene Eduardo Zorrilla y dice que se va. Surge una pregunta inmediata: pero ¿cómo te vas ahora, alma de cántaro, con la que está cayendo? Y la respuesta, la de Eduardo, es, por sencilla, aplastante: porque tengo otras cosas que hacer. Porque hay un trabajo que desempeñar en otra parte, para el que me he formado, y porque hay una familia a la que atender. Y entonces, viene Eduardo, que de filosofía política sabe un poquito, y recuerda que "la política institucional no debe ser una profesión sino una dedicación temporal". Y ya está el capón metido en el horno. Ahora que salen profesionales de la política en cualquier estrado, ahora que la multiplicación de partidos ha incorporado una pléyade de portavoces y parlamentarios de cuya trayectoria no sabemos nada, bien entrenados para el deprimente arte de la confrontación y el y tú más, cáscaras gritonas y carentes de sustancia, dice Eduardo que se larga porque él sí tiene un lugar al que volver. Que la normalidad democrática pasa por estar en el ajo el tiempo preciso, no más. Que sí, que la actividad política debe estar bien remunerada porque aunque sea por eso hay que convencer a los mejores y los más capacitados, pero la indicación de la salida debería estar bien señalada desde el principio. En un contexto de puertas giratorias, dietas inexplicables, el mal uso constante del dinero público y la continua sospecha de enriquecimiento ilegítimo, Eduardo vuelve a su plaza, la que se ganó por sus méritos y por su esfuerzo, y deja su silla vacante. Porque así, exactamente, debe ser. Porque esto no debería ir de nombres, sino de ideas. Más aún, de política: del ejercicio más noble y necesario.

Con Eduardo se puede (y se debe) estar de acuerdo y en desacuerdo. Pero no se le puede negar su talante conciliador. Como periodista, puedo dar fe de su empeño en atender las razones de quienes piensan de forma distinta, y eso es un lujo del que quienes han coincidido con él en el Pleno pueden presumir. Eduardo procede de la escuela materialista más honesta, la de la vieja IU que, especialmente en Andalucía, corresponde echar de menos no por el bien de sus votantes sino por el de todos los ciudadanos. En estos años ha sabido combinar la discreción más justa con la oposición más firme cuando correspondía ejercerla, como precisamente en el caso de la torre del Puerto, y nunca podrá ningún adversario acusarlo de deslealtad. Ahora, lo que uno querría es que la izquierda que nos acontece a nivel nacional, la más revanchista y acomplejada, la más implicada en alentar la ciénaga y en coartar las soluciones, la más favorable al nacionalismo, imitara en lo posible el modelo que ha sido, y es, Eduardo Zorrilla para la política municipal en Málaga. Y que se deje de profesionales ganapanes. Al fin.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios