Sine die

Ismael / Yebra

Puesta en escena

14 de enero 2016 - 01:00

LO bueno que tiene la nefasta programación televisiva es que da opción a realizar otras actividades mucho más instructivas que pasar la tarde mirando pasivamente a la llamada caja tonta. Por cierto, de tonta nada. Tontos los que pierden el tiempo frente a ella. Tan pésima programación es obra de gente muy lista, que sabe lo que hace y por qué lo hace y, por si fuera poco, cobra por ello una elevada cantidad de dinero.

Buscando algún documental o un informativo me topo con el debate de investidura del Parlamento de Cataluña. Suelto el mando a distancia y me dispongo a escuchar durante unos minutos. No creo que aguante mucho más. El escenario magnífico. La sala bellamente decorada y sus señorías debidamente aclimatados vaya a ser que se resfríen o no encuentren las condiciones idóneas para pensar y decidir por todos nosotros. Comienzo a cansarme con la traducción simultánea. Entiendo medio bien el catalán, no en balde estuve un año en el Ampurdán y allí regreso de vez en cuando, y me estorba la traducción simultánea. Me impide escuchar bien al parlamentario. Además, aceptando que el idioma es un medio para comunicarse y no para aislar, no entiendo el por qué se utiliza como arma arrojadiza cuando en realidad es una riqueza cultural.

Observo la sesión como quien asiste a una función teatral, a la representación de una obra dramática más bien tragicómica. Me recuerda a la veneciana comedia del arte en la que cada uno representaba su papel y no existía posibilidad alguna de salirse de él. Se echa en falta un Goldoni capaz de reformar semejante modalidad de arte dramático. Sus señorías llevan uniforme de gala. Unos con traje y corbata, otros con chaleco y camisa de cuadros, despechugados, consciente cada uno de a quién debe dirigir su mensaje.

Mientras una parlamentaria expone sus argumentos, sus señorías sonríen, hablan o miran al lado. No la escuchan, la oyen que no es lo mismo. Ella sabe que no les convencerá, pero representa su papel. Al final le aplauden los suyos mientras el resto sonríe irónicamente. Hay miradas maléficas. Luego habla el representante de otro grupo que hace lo mismo. Como dice la canción de moda, ya no aguanto más. Decido leer un libro de viajes de Patrick L. Fermor. De todo lo visto, será deformación profesional, me quedo con el buen pelo del candidato a presidente. ¡Si fuese verdad aquello de que donde hay pelo hay alegría!

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