La esquina
José Aguilar
Yolanda no se va, se queda
LA palabra cambio ha sido la más utilizada por los populares estos días. Con ella como lema ganaron los socialistas las elecciones de 1982. Entonces, por venir de donde veníamos, todo cambio era sinónimo de esperanza, ahora puede sugerir incertidumbre: el progreso y el bienestar han iniciado una curva descendente y los expertos no dejan de recordarnos que nuestros hijos recibirán un mundo peor que el heredado por nosotros. Por otro lado, no es Andalucía ese territorio del mal sin mezcla del bien alguno que plantea el PP. Aquí como en toda España hay cosas que cambiar y cosas que preservar. Entre estas últimas están los avances que han permitido desarrollar razonablemente el estado social y de derecho que plantea la Constitución y entre las que conviene cambiar está la dinámica económica, el patrón de desarrollo, el paro estructural y aquello que obstaculice el progreso de una sociedad civil activa y comprometida. El problema es que invocando el cambio se acabe conservando lo que debemos cambiar y cambiando aquello que deberíamos preservar. Aunque lo cierto es que se ha alterado tanto la realidad que la disyuntiva ya no puede ser cambio o inmovilismo, sino qué y cómo se cambia.
A veces pedimos a los políticos cosas que escapan a las posibilidades de los gobiernos. Sin embargo, algo tan necesario como acabar con la corrupción institucional sí depende exclusivamente de la voluntad política. No deberíamos pues ser pesimistas, esperemos que más pronto que tarde la corrupción deje de ser uno de los problemas estructurales de nuestro sistema democrático. Pero por ahora, mientras ese día llegue, las cosas no pintan bien. El azar ha querido que la sentencia que condena al el expresidente balear Jaume Matas se cruce en este final de campaña con la cárcel preventiva a los principales implicados en el caso de los ERE. En este asunto el PP ha cumplido con su obligación de controlar al ejecutivo y ha hecho del mismo el uso electoral que cualquiera en su lugar habría hecho. Sin embargo, es una impostura utilizar este escándalo como una peana desde la que elevarse moralmente sobre sus adversarios y presentarse ante los electores como ángel exterminador de la corrupción. Como ahora podemos visualizar con el caso Mata, lo que nos dicen los antecedentes y demuestran los hechos es que el PP no es por ahora la solución a la corrupción, sino parte del problema. Lamentablemente, las cosas no son tan simples como se ha dicho: que el elector deberá elegir entre los ERE o la promesa de un futuro limpio y con empleo. Si se plantean las cosas en esos términos las opciones serían, en todo caso, entre los del escándalo de los ERE o el partido que cuando gobierna genera escándalos como Gürtell, Palma Arena, etc. Pero ya sabemos que la campaña no es un territorio propicio para la objetividad. Ojalá medidas como la Ley de Transparencia, aunque limitada, ayuden a cambiar esta perversa tendencia… pero ¡ojo! ya saben lo que se dice del poder absoluto.
También te puede interesar