El lanzador de cuchillos

Serrat se aparta

El cantautor machadiano descubría un mundo nuevo y nos mostraba una sensibilidad distinta

El noi del Poble Sec, del que las crónicas no dicen si en sus primeros llantos ya le temblaba la garganta, llegó a mi vida -para quedarse- en plena adolescencia. "Un servidor, Joan Manuel Serrat, casado, mayor de edad, vecino de Camprodón, Girona, hijo de Ángeles y de Josep, de profesión cantautor, natural de Barcelona, según obra en el Registro Civil, hoy lunes 20 de Abril de 1981..." decía la canción que sonaba en el cassette de mi amigo Pedro, que en paz descanse. Me pareció muy original. Y me encantó, como me encantaron los acordes del piano que luego descubrí tocaba el maestro Ricard Miralles. Esa navidad le pedí el disco a los Reyes y mis padres me sorprendieron también con un recopilatorio de sus mejores canciones en castellano.

"Cambiar la vida", como pedía Rimbaud, o "cambiar la historia", como exigía Marx, es una opción falsa. Cambiar la vida ayuda a cambiar la historia y las canciones de Serrat tenían mucho de lucha ideológica en el frente del cambio vital. En España se acababa de aprobar una constitución democrática, pero los usos cotidianos seguían teniendo un cierto regusto tardofranquista y artistas como él contribuyeron a modernizar los hábitos. Siempre le estaré agradecido, porque intervino en mi educación con más eficacia que aquel colegio para niños bien en el que crecí. Serrat me descubría un mundo nuevo y me mostraba una sensibilidad distinta para apreciarlo con todos sus matices. Pobló mi imaginación adolescente de mitos de andar por casa que tenían más defectos que virtudes. Sus colegas podían ser los míos, eran exhibicionistas y desahogados, se pasaban las consignas por el forro y se mofaban de cuestiones importantes. Buena gente. En aquel tiempo de tricornios y ruido de sables aprendí, gracias a él, a apreciar una sola espada: la del pirata que, por un quítame esas pajas, te pasaba por la quilla, pero en el fondo, era un sentimental que se grababa en la piel a la reina del burdel y se la llevaba a recorrer los mares.

No me interesa el Serrat de los últimos tiempos y he sufrido íntimamente viéndolo seguir la inercia de la industria, resistiéndose fatigosamente a convertirse en una reliquia. Ahora el cantautor machadiano ha decidido apartarse del camino. Debió hacerlo antes, pero no lo culpo. Para mí será siempre aquel fulano treintañero con la melena descuidada y pinta de despierto, que una tarde me cantó desde el cassette de un amigo y me reveló el significado profundo de la palabra libertad.

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