Sopa de tomate

Uno ya no sabe qué es más preocupante: si el cambio climático o el fanatismo delirante de ciertos activistas

Ayer, a las seis de la tarde, el termómetro marcaba 38 grados. Era un termómetro urbano, de los no homologados, modo que ese registro no se considerará fiable y no aparecerá en las mediciones oficiales con los datos de las temperaturas, pero todos los que estábamos en la calle sabíamos -o mejor, sentíamos- que aquellos 38 grados eran reales. Era el mismo calor que en pleno verano, pero estamos a mediados de octubre, e incluso en Andalucía, donde estamos acostumbrados a que el verano se prolongue hasta bien entrado el otoño, ese registro resultaba inquietante. Y no hablemos de la escasez de lluvias. A este paso, ver llover será un acontecimiento portentoso que los abuelos comentarán con sus nietos como si les hablasen del cohete que llegó a la luna. Y si nadie lo remedia, las restricciones al consumo llegarán pronto. Y eso supondrá un desastre para muchos sectores económicos. Otro más.

Da miedo pensar en lo que se nos viene encima teniendo en cuenta el clima de exasperación y enfrentamiento político que estamos viviendo. Esta semana, dos chicas muy jóvenes, activistas contra el cambio climático, han arrojado una lata de sopa de tomate contra Los girasoles de Van Gogh que se exponen en la National Gallery de Londres. Y uno ya no sabe qué es más preocupante: si las consecuencias reales del cambio climático -con esos 38 grados- o el fanatismo delirante de ciertos activistas como esas chicas que han arrojado la salsa de tomate. "¿Qué nos preocupa más, la protección de una pintura o la protección de nuestro planeta y la gente?", ha gritado una de las chicas con un argumento estúpido que recuerda el fanatismo ignorante de los guardias rojos de Mao, todos muy jóvenes y muy ideologizados y muy necios. Es asombroso. Está claro que todo formaba parte de una especie de performance política para llamar la atención, pero ¿qué culpa tienen los girasoles de Van Gogh? ¿Hay algo más bello que los almendros o los girasoles o la noche estrellada de Van Gogh? ¿Hay algo que nos comunique el extraño temblor de sentir que vale la pena vivir sólo por poder contemplar esos cuadros?

El gesto estúpido de esas dos activistas no anuncia nada bueno. El temor apocalíptico al cambio climático, unido al fanatismo más rabioso que exhiben estas dos chicas, preludia un tiempo decididamente invivible. La distopía se acerca, amigos.

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