Spinoza

El pensador neerlandés no ha dejado de ejercer su benéfica autoridad frente a generaciones de fanáticos

No estamos seguros de comprender todas las implicaciones de la filosofía de Baruch Spinoza, el gran pensador neerlandés, nacido en una familia de origen sefardí, cuya obra señala una de las cumbres del racionalismo en el siglo de Descartes y Leibniz. Más que a través de la lectura directa, hemos seguido su rastro por medio de las apreciaciones -las más de las veces devotas, aunque tampoco falten quienes lo definieron como bestia negra- y los homenajes de los escritores que se han reclamado herederos o admiradores de su legado. Quizá el primero que recordamos, asociado para siempre a su nombre, sea el hermoso soneto de Borges que empieza hablando de "las traslúcidas manos del judío" y acaba con un precioso terceto: "Libre de la metáfora y el mito / labra un arduo cristal: el infinito / mapa de Aquel que es todas sus estrellas", primero y más conocido de los dos -ningún poeta contemporáneo ha manejado con tanta desinhibida naturalidad la rima consonante- que le dedicó el argentino, cuya posterior incursión en el mismo tema acaba de modo no menos memorable: "El más prodigo amor le fue otorgado, / el amor que no espera ser amado". Por razones que no tienen sólo que ver con la exposición de su doctrina, o de la parte de ella menos accesible a los legos, Spinoza ha sido invocado durante cientos de años como símbolo de la libertad de pensamiento, fue uno de los más lúcidos precursores de la Ilustración y no ha dejado de ejercer su benéfica autoridad frente a generaciones de fanáticos, antes religiosos y hoy también o sobre todo políticos, si es que unos y otros no forman parte de la misma terrible especie. Lo vemos claro en el excelente monográfico que le ha dedicado la revista Letras Libres, donde se acumulan las razones de una vigencia que no habla bien de nuestro mundo actual, en el que por desgracia no han desaparecido los persistentes males que denunció aquel hombre del Seiscientos "desde su enfermedad, desde su nada". En efecto, el fervor inquisitorial, las viejas y nuevas formas de intolerancia, las amenazas contra la libertad de expresión se extienden hoy no sólo en las naciones refractarias a los principios ilustrados, sino también en las sociedades occidentales donde han resurgido los puritanos, los dogmáticos, los nostálgicos del autoritarismo, de la mano de credos integristas o bajo disfraces laicos. "Nadie puede abdicar de su libertad de juicio y sentimiento", escribió Spinoza, que al defender esta irrenunciable soberanía desafió a la vez las creencias de los rabinos y las de la ortodoxia calvinista. Más acá de las disquisiciones metafísicas, sus ideas emancipatorias serán siempre un alto referente de la humanidad libre.

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