La esquina
José Aguilar
Yolanda no se va, se queda
RONDABA el año 1972 cuando se crean al unísono la Universidad de Málaga y la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Hoy estas instituciones están presentes en nuestra ciudad y muchos prestamos servicio en ellas. De ahí que no pueda evitarse la preocupación al contemplar la pasada semana el U-Ranking de la Fundación BBVA y el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas, donde ambas universidades no salen muy bien paradas.
Una posible causa es la obsesión de la Universidad con premiar a los profesores eximiéndoles de dar clases. Para más inri, dichos premios son otorgados en todos los niveles, desde el Ministerio de Educación hasta el menor de los departamentos. Debe aclararse que este tipo de prebendas no incrementa la contratación de personal, ya que las clases que se reducen a un profesor, se incrementan a sus compañeros. Cómplices de esta incongruencia generalizada hay docentes que se las ingenian para impartir la mínima docencia, le pese a quien le pese. Pero ¿se imaginan que se premiara a los mejores futbolistas con menos tiempo de partido, o a los grandes cocineros alejándoles de los fogones? Sería simplemente ridículo.
Ante esta patente renuncia de muchos educadores a su vocación divulgadora surgen diversos interrogantes: ¿No es la enseñanza y la transmisión del conocimiento la esencia de un profesor universitario?¿Puede haber algo más importante que comunicar nuevas ideas y descubrimientos a los alumnos en el aula, o acompañarles en sus primeros pasos investigadores en el laboratorio?¿Cómo es posible que nadie eche freno a este desenfreno? Si bien el objetivo inicial era que esta disminución docente incrementara la producción investigadora, o lograra la mejora de la gestión (ideas loables de llevarse a cabo), actualmente podemos apreciar que ni se ha mejorado en los rankings en docencia, ni en investigación ni en gobernanza. Es decir, lo que en lenguaje castizo sería "hacer un pan con unas tortas". En conclusión, nos convencieron de que la mejor indumentaria para llegar a la excelencia era renunciar a la pesada carga de la docencia, que ese uniforme era maravilloso e imprescindible, nos lo engalanaron de gestión, gobernanza e investigación y, finalmente, nadie aprecia los resultados. Por ello y parafraseando al traje nuevo del emperador de nuestro conciudadano Hans Christian Andersen, surge la pregunta ¿la Universidad está desnuda?
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