Cenacheriland
Ignacio del Valle
Tragarte tus palabras
La diplomacia de mesa y mantel cuenta con la ventaja de que en un ambiente cercano y relajado, los mandatarios son más proclives a conciliar posiciones y buscar pactos. Si, además, las viandas son excelentes, la mesa exquisita, el servicio cuidado y el lugar, incomparable, las posibilidades de concluir la reunión con acuerdos satisfactorios aumentan exponencialmente. Hillary Clinton, que fue secretaria de Estado de los EEUU, se refirió a los banquetes entre mandatarios como “la herramienta diplomática más antigua”. De Churchill, se cuenta que en cualquier reunión alrededor de una mesa –fuera un desayuno, un pícnic o un banquete oficial y con cualquier invitado–, ignoraba esa regla no escrita que desaconseja hablar de política y recomienda dedicar la conversación a cuestiones más frívolas. Y así, convertía las sobremesas en cumbres políticas de alto nivel en las que abordaba asuntos espinosos con igual ligereza que los salteaba con confidencias políticas y anécdotas suculentas.
Los banquetes son también una demostración de prestigio. Agasajar a los invitados es una muestra de hospitalidad. Y hacerlo con lo mejor de que se disponga y en el mejor lugar que pueda ofrecerse, signo de señorío. No sería hoy necesario imitar al Duque de Osuna que, siendo Embajador de España en Rusia y tras ser agasajado por Alejandro II con una opípara cena, servida en platos de oro y en la que el zar vistió una suntuosa capa de armiño, decidió, herido en su orgullo y pensando que también lo estaba el de la patria y la reina, corresponder a la familia imperial, invitándolos a un banqueta en la embajada. Las viandas fueron servidas por lacayos envueltos en capas de armiño, como aquella del zar y en vajilla de oro adornada con piedras preciosas, cuyas piezas se arrojaban al río una vez eran retirados platos, copas y bandejas de la fastuosa mesa. Pero, sin duda, una Cumbre Diplomática en la que se acoge a medio centenar de Jefes de Estado y Gobierno debe epatar a estos, porque es España el anfitrión.
La excepcional imagen que se ha ofrecido al mundo recibiendo a los altos dignatarios en la Alhambra y usando el recorrido ceremonial diseñado para el Emperador Carlos V, ha puesto a España, a Granada y a Andalucía en el punto de mira de la actualidad internacional. Y la guinda de un banquete, servido por un chef cordobés de primera magnitud, ha dejado claro que España, hoy, no tiene nada que envidiar a nadie.
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