Reflejos de Málaga
Jorge López Martínez
¡Que viene el ‘loVox’!
Barcelona se nos ha puesto triste, agria, como una ex que vive recordando tiempos mejores mientras culpa al mundo de su desgracia. Aquella ciudad orgullosa, moderna y vibrante que deslumbró a Europa en los 90 se ha convertido en un experimento ideológico con olor a orina y pancarta. Hoy, los turistas huyen, los empresarios se marchan y los barceloneses que pueden, también. Y no, no es culpa del clima ni de la inflación: es culpa de una gestión política obsesionada con reeducar al ciudadano en lugar de gobernar para él.
Mientras en Barcelona se dedican a prohibir, multar y dar lecciones morales, Málaga hace justo lo contrario: abrirse, facilitar, recibir. Aquí no te dan un discurso sobre sostenibilidad por pedir un taxi; simplemente te lo ponen. Aquí no hace falta un comisariado de urbanismo feminista ni una brigada anti-turismo. Aquí lo que hay son ganas de trabajar, invertir y disfrutar. Málaga ha entendido algo que Barcelona olvidó: que la prosperidad no se construye desde la culpa, sino desde la libertad. Barcelona, con sus delirios separatistas, su burocracia asfixiante y su cultura del agravio, se ha convertido en una caricatura de sí misma. Cada nueva norma municipal parece diseñada para recordarte que estás de más, que estorbas, que sobras. Málaga, en cambio, es todo lo contrario: te abre las puertas y te invita a quedarte. Donde allí hay sermones, aquí hay sonrisas; donde allí hay pintadas, aquí hay murales; donde allí hay decadencia, aquí hay futuro.
Porque Málaga ha hecho en veinte años lo que Barcelona lleva una década deshaciendo: apostar por la convivencia, el arte, la innovación y la calidad de vida. Desde el Pompidou al Soho, desde el puerto a Teatinos, la ciudad ha sabido combinar modernidad con sentido común. Y eso, hoy, parece casi revolucionario.
Así que sí: ¿Barcelona? Mejor Málaga. Porque aquí todavía se puede andar sin miedo, cenar sin discursos y vivir sin pedir perdón. Porque mientras unos se entretienen destruyendo lo que fueron, otros seguimos construyendo lo que queremos ser. Y si a alguno le molesta, que venga a comprobarlo con sus propios ojos. Le prometo que después de un atardecer en la Alcazaba, se le quitan las ganas de volver al gris del Eixample.Y lo mejor es que Málaga no necesita proclamarse capital de nada: simplemente lo es, por mérito propio. No por decreto ni por ideología, sino porque aquí las cosas se hacen con cabeza y corazón.
También te puede interesar