Quieren los de Ciudadanos poner sombras en Málaga. Y ojalá se salgan con la suya. Resulta intolerable que en una ciudad como la nuestra abunden extensiones áridas que pretenden hacerse llamar parques y en las que no anida una gota de sombra. Ejemplo decisivo era el Parque del Cine de Teatinos, donde afortunadamente ya hay sombras, pero es mucho el trabajo que queda por hacer. Nos acostumbraron aquí a considerar parques lo que no lo eran, igual que tildar de palmeral el sequeral que se extiende a lo largo del Muelle 2 del Puerto suena más bien a timo de la estampita. El tocomocho, eso sí, consiste en poner los feísimos toldos patrocinados en la calle Larios para que demos gracias a la municipalidad por socorrer al sediento. No, la sombra es otra cosa. Es la recachita que reconforta al caminante, el frescor que invita al paréntesis, a detenerse, cuando el sol aprieta y el cuerpo, en su precisa sabiduría, busca la confortable umbría. La sombra no se construye, se da: por eso, esta ciudad entregada con feroz entusiasmo al frenesí de cemento y ladrillo es tan poco amiga de su mansedumbre. Eso sí, para ganar sombra no vale con extender cualquier objeto. La sombra que proyecta un toldo cualquiera es áspera e hirviente; la que provee un árbol es fresca y reconfortante. Si no han gustado nunca el placer de cobijarse bajo la sombra de una higuera cuando más aprieta el calor, dense el gusto cuanto antes: de inmediato se siente uno acogido en un templo de generoso recogimiento, y la piel se eriza. Pero qué sabrá esta Málaga de sombras, qué podrá decir al respecto esta ciudad que prefiere rascacielos hipotéticos a parques de verdad, que se inventa plazas de la manga para dejarlas a la intemperie, que considera urbanismo moderno el páramo desolador.

Pero la sombra constituye también una oportunidad de aprendizaje. Pitágoras fundó el humanismo con esta frase: "No desprecies a nadie: un átomo hace sombra". La sombra es de todos, así que se comparte. De este modo, detenerse a reponer fuerzas a la sombra de un árbol entraña una oportunidad para conversar con cualquier otro paseante que nos imite. Insisto: la sombra es, también en su versión urbana, una invitación a parar y a respirar: pero Málaga se ha creído también el cuento de la movilidad, de manera que aquí vamos, todos de un lado para otro, sin cesar un instante, turistas y nativos, de un comercio a otro, de una terraza a otra. En los únicos sitios en los que puede uno frenar el paso hay pagar por entrar. ¿Y qué hace uno quieto al sol, en medio de ninguna parte, de este no lugar que es el centro de Málaga, aeropuerto kitsch donde sólo cabe esperar? Echar de menos, ay, la sombra.

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