La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

El cargante, especie peligrosa en verano

Fue quien mejor se lo montó en los meses de restricciones. Un tipo invasivo, brasa y que no sufre ninguna crisis económica

Huya cuanto antes, no permita que abusen de su buena educación. Este verano tenga especial cuidado con la figura del cargante, porque andamos con la guardia baja respecto a las amenazas habituales al tener todas las alertas puestas en el coronavirus. El buen cargante lo sabe, por eso se le acercará en la playa, en la piscina, en el bar del pueblo o en la cola del pescadero. Le someterá al suplicio de oír qué bien se lo montó en la primavera sin fiestas, durante las noches de toque de queda o en los fines de semana en los que no podíamos salir de la provincia. Por un momento pensará que usted ha sido el único carajote en sufrir las medidas restrictivas, porque el cargante tuvo todo tipo de salvoconductos y los bares abrían a puerta cerrada para su disfrute personal. Todos los negocios se han resentido, pero no el del cargante, que aplicó a tiempo las medidas oportunas de diversificación. ¡Renovarse o morir! El cargante sabe dónde está el diésel más barato, controla la densidad del tráfico por franjas horarias, se sabe al detalle las circunvalaciones, los atajos, las variantes, los desdobles y la ruta por los pueblos para llegar sin atascos a cualquier playa de Huelva o Cádiz en hora punta. ¿El marisco? El cargante le dará la paliza acerca de dónde comprarlo, pues a él no le faltó ni en los días de Feria que celebró en el salón de casa. "¿No viste las fotos que publiqué en las redes?". El cargante tiene la cerveza más fría del mundo, que no le engorda porque acude a practicar deportes extraños. El cargante es un prohombre en esta sociedad de pérdida de valores, un modelo de trabajador de empresa, leal, fiel, muy familiar y, cómo no, amigo de sus amigos. Soportar sus monólogos concede días de indulgencia, máxime porque te habla sin guardar las distancias, es un tipo invasivo, sin capacidad alguna de empatizar con el prójimo. Cada verano quema dos o tres interlocutores, pese a que te ofrece una vida de facilidades y comodidades donde no hay mesa de restaurante que no le sea reservada ni crisis económica que le afecte. El momento estrella es cuando el cargante te cuenta las variantes del coronavirus, la razón por la que tardamos tanto en tener mascarillas o su modelo de cogobernanza. Peor aún es cuando la señora del cargante le ríe las gracias, que ya se sabe la teoría del colchón común. Y cuando está usted hasta el ático de soportar un relato más pesado que el del separatismo catalán, el cargante se fija en su interlocutor y le pregunta: "Oye, no me cuentas nada de ti. ¿La gente sigue comprando periódicos de papel?". Entonces le preguntas por su cuñado en paro. Ganas unos minutos de silencio antes de abrazar la misantropía para todo el resto del verano.

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