Me dedico a engañar más que a enseñar". Tampoco es para tanto, Daniel. Asumir culpabilidades con trampa, cuando el único pecado que reconociste cometer fue dejarte llevar según las circunstancias y la sinrazón a la que día tras día nos abocamos, tampoco saca de pobres a ti o a mí. Digamos que detrás de un "te estamos engañando", hay escondido un tufo de repulsa a una sociedad que ha claudicado de sus valores y que ha defenestrado el futuro de nuestra juventud.

¿Son realmente los culpables? "Los estudiantes, pocos van a clase, y los que van, raramente participan". Lo dice como la consecuencia donde, por dejadez o monotonía, se culmina un falso y adulterado proceso educativo. Culpables siempre habrá. Otros culpan a los padres, a quienes mantuvieron una actitud excesivamente proteccionista en lo material -nuestros hijos no se educaron en la necesidad o el deseo de alcanzar metas y objetivos-. Mas bien, se lo dieron, dimos, todo hecho. Nuestra permisividad para el uso en edades tempranas del móvil y su integración en redes sociales fue justificada, "porque todos los compañeros lo hacen". Vamos, que el que un padre le niegue algo a un hijo, debe implicar cuando menos procesos traumáticos. También hay quienes culpan a los medios de comunicación, al progreso, a una sociedad globalizada que nunca cuestiona la deriva en que se ha tornado la educación (que no la formación) de nuestros hijos. En este marasmo, bajo acusaciones cruzadas de culpas y culpables, surges tú, Daniel, para asegurar que el culpable es el del pupitre. "No estás en clase, estás en Instagram. Pero yo me hago el tonto y miro para otro lado". Lo es. Por supuesto. Pero por las mañanas, cuando levanto a mis hijos para ir al cole, no hago más que preguntarme qué estamos haciendo, dónde llegarán, si es posible educar aboliendo el respeto, la asunción de obligaciones, la realización de tareas, la responsabilidad. No. No es incompatible con su libertad. En absoluto. Esa es la falsa película que cuentan enfundada en un cartel que divide padres en carcas o modernos. El problema, en cambio, vendrá después. Y después también, el problema no dispondrá de arreglos ni mecanismos para retroceder o enmendar errores. Decir no, es un trauma. Negar un móvil a un niño de 10 años, otro. Controlar el uso de redes móviles, afecta su proceso de maduración. Incitar a que los hijos se conduzcan con responsabilidad y asuman obligaciones escolares, familiares o sociales, va en contra de sus derechos. Imponer a medios de comunicación la necesidad de parámetros de control que no interfieran procesos educativos con imágenes desdibujadas de la realidad, atenta contra la libertad de expresión. Mejor no hablar de determinados enseñantes ni de la libertad de cátedra.

Da para mucho. Al menos para mucho más de lo que cualquier político sea capaz de plantear en la enésima reforma de leyes educativas o de desprotección a nuestra juventud. Quién sabe, Daniel.

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