
Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Siluetas
Gafas de cerca
Mariano Rajoy, presidente español por entonces, liquidó una rueda de prensa en Bruselas con pachorra memorable: “Señoras y señores, si me lo permiten, me voy a ir, porque estoy un poquillo cansado” (2013). Hace unos días, su sucesor en el cargo, Pedro Sánchez, el mismo que se lo fundió en una moción de censura tras haberlo llamado “indecente” en un debate de la tele, adujo que ya eran las cinco de la tarde y que ni siquiera había comido. Se le juntaba el almuerzo con la merienda, así que se acabaron las preguntas.
No conozco a ningún gran jefe al que le importe comer más que sus problemas. Bueno, Mazón, presidente valenciano, en la catástrofe en curso por la dana. Sin tragedia, Helmut Kohl, el mentor de la Angela Merkel, se zampaba un Saumagen –un estómago de cerdo relleno– y se dormía una siesta en los vuelos en los que el canciller alemán iba de un país a otro en el Konrad Adenauer, aeronave Airbus. Creímos ver en 2007 al presidente francés Sarkozy ciego como una culebra tras encontrarse con Putin. De vez en cuando, el prócer comunitario luxemburgés Jean-Claude Junker iba cocido, quizá menos que el predecesor ruso de Putin, Boris Yeltsin, que en 1994 no pudo en Dublín ni bajar del avión en un viaje oficial. En 2002, se le atragantó a George W. Bush una galleta mientras veía un partido de fútbol americano, y perdió el conocimiento. Todos esos hechos tuvieron una explicación oficial.
Volviendo a Rajoy. Tras verse fulminado en el Parlamento por un insospechado Sánchez, tomó unas copas con sus últimos leales en un bar de los alrededores de las Cortes. No parecía el gallego un dipsómano, pero una mala tarde la tiene cualquiera. El lunes pasado, Pedro Sánchez, en la Casa del Pueblo del PSOE en Ferraz, dejó sin responder preguntas de la prensa, soltando, tras mirar el reloj, una frase digna de Ozores: “Son las cinco de la tarde y no he comido”. Asombroso. De ser mollatoso, no cabe sospecharse a Sánchez. Por su porte gentil, tampoco de hambrón. Así que debió de ser la ansiedad por los manejos de sus lugartenientes Ábalos y Cerdán los que le provocaron una gusa fatal. Si uno no ha comido a las cinco de la tarde, todo puede postergarse. Se pide perdón, y a comer.
Lorca: “(...) ya luchan la paloma y el leopardo (...) y un muslo con un asta desolada, a las cinco de la tarde”.
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