Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

La claque parlamentaria

La moción de censura de Vox a Sánchez no ha sido un fiasco: fue un fiasco desde que se anunció. Hay quien sostiene -sin enmendarla- que ha sido útil porque la España política necesitaba esta sacudida, pero no es de recibo utilizar un mecanismo parlamentario destinado a deponer a un Gobierno para sacudir, o arrear sin más. Y menos aún para mear los territorios de la derecha y hacer pre-pre-campaña electoral a costa del Parlamento. A sabiendas, es de reiterar, de que no había ni la más remota posibilidad de conseguir el objetivo de una moción de censura sin acuerdos y porcentajes mínimos. También ha servido para que Pablo Casado y el PP tengan la oportunidad de desmarcarse de Vox y envidar a la grande al populismo de derechas, que amenaza a toda la derecha española con confinarla en la oposición diez años más; para nutrición del rival: Sánchez, el apuntalado Podemos y los socios de ocasión que sean menester.

Sí nos ha servido esta puesta en escena de unas veinte horas de dialéctica para confirmar que el palmero parlamentario es un ser vivo invisible para la ciudadanía, pero al parecer muy valorado por los partidos. Uno diría que desde las secretarías generales se ordena que tales diputados voten telemáticamente para respetar las distancias de contagio, y otros tales acudan al Congreso a reventar el aplausómetro haciendo de claque. Insufrible batalla de palmas a la que quizá habría que poner coto con una cámara de compensación de aplausos, al modo de los cobros y pagos de la banca. Se aplaude sólo por el neto, señorías, si es que les sale a cobrar.

No duda uno de que tantos parlamentarios en un país tan grande sean razonables, aunque yo no conozco por el nombre siquiera a un diputado electo por mi provincia. No tienen oficina para dar la cara, como en otros sitios. Serán miembros de comisiones, controlarán la confección de leyes, negociarán cosas importantes para el país. No pongo en duda sus sueldos (en ese plan, no queda indemne ni el Tato). Pero por favor, no hagan del Parlamento un concurso propio del mundo reality. No hay que aplaudir todo lo que dicen los míos. Que para eso ya tenemos Pasapalabra o los estadios deportivos. Resulta particularmente fatigante el arrobo con que la invisible claque electa apostrofa -arriesgándose a una tendinitis carpiana- cada regate dialéctico y cada pulla a la contra de su Gran Hombre, su Jong-il de cabecera. Contención, señorías, que no hay necesidad. ¡No a los pelotas!, y menos en el sancta sanctórum de la soberanía popular de la Carrera de San Jerónimo. Que eso no va en el sueldo... ¿o sí?

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