El compás de Santa Clara

Es el tiempo para llegar tempranito por la calle de su nombre y acceder al compás por su puerta manierista

A finales del siglo pasado, tuve la fortuna de asistir en primera línea a la operación de permuta acordada entre el Arzobispado y el Ayuntamiento, por el que éste cedía los terrenos del antiguo cine Ideal destinados a equipamientos deportivos para la construcción de la residencia de sacerdotes que allí se ubica, a cambio de la cesión por aquel del Monasterio de Santa Clara (eran los últimos años de los andalucistas en el poder, promotores de esa idea que después quedó en nada del “museo de la ciudad”) con excepción de la iglesia y dependencias anexas.

Antes, la comunidad clarisa propietaria del magnífico edificio, diezmada con apenas cinco monjas de avanzada edad residiendo allí en deficientes condiciones, lo había cedido a la Iglesia sevillana del cardenal Amigo, quien con la visión práctica y moderna que caracterizó su gestión, soportó el coste de oportunidad de perder gran parte de un edificio religioso emblemático pero muy difícil de sostener a cambio de acometer uno de sus proyectos más anhelados. Hoy, el sevillano puede acceder libremente a la parte del convento dedicada a espacio cultural, y adentrarse por sus claustros y jardines hasta la misma Torre de Don Fradrique, posiblemente el edificio civil más antiguo de Sevilla. Y si además todavía guarda alguna inquina en sus entrañas ante la felonía rampante de estos tiempos modernos, puede descargarla ante la única estatua de Fernando VII que todavía resiste, herrumbrosa y altiva, junto a la verja que da al compás de Santa Clara.

Ahora que todavía no se ha ido el frío y podemos disfrutar la ciudad a nuestro antojo (enero, dice un amigo, es ya el mes para los sevillanos), es el tiempo para llegar tempranito por la calle de su nombre y acceder al compás por su sencilla puerta manierista antes de la misa del domingo, y visitar tranquilamente la iglesia barroca con sus arcos y yeserías, los azulejos de Santa Bárbara, sus espléndidos retablos montañesinos o la elegante sillería del coro con el escudo de los hijos de San Francisco. Sólo distorsiona esta visión romántica de nuestra edad de oro el lamentable estado del compás, que yo conocí, no hace tanto, con su fuente y sus naranjos, rodeado por los modestos locales de artesanos y profesionales que allí convivían en perfecta armonía con el entorno. Recuperar este espacio para la ciudad por su titular, el Ayuntamiento, sí que sería una gestión cultural con mayúsculas.

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