La custodia

La preocupación institucional recae a plomo sobre los hombros de una o de dos generaciones intermedias

El pesimismo reinaba en el editorial y en las columnas de este periódico el pasado domingo. Ya fuese por la degradación de los servicios –ay, los trenes– como por la degradación institucional y política. Estamos inmersos en una hilera de fichas de dominó donde una caída empuja a la otra, y la amnistía es el gran empujón, en cuanto que burla la separación de poderes y pone en cuestión todo el orden jurídico. Ocupados en la demolición política, ¿cómo van éstos a cuidar la conservación y la construcción cotidiana?

Esto lo sabemos, pero lo chocante es ver, cuando uno es profesor y también padre, que los jóvenes, incluso los que tienen inquietud política, viven ajenos a estos ajustes de técnica democrática. Tengo la suerte de tratar con jubilados muy conscientes de los problemas nacionales, pero según las estadísticas, muchos de ellos votan sencillamente al que les suba las pensiones, sin preocuparse de otros parámetros.

Resulta, por tanto, que la preocupación institucional recae a plomo sobre los hombros de una o de dos generaciones intermedias. Y, para no hacernos trampas tampoco en el solitario, la soledad también se reproduce en el seno de esas mismas generaciones conscientes, porque hay quienes ya tienen bastante con ocuparse de sus problemas más inmediatos.

Hay una distorsión electoral, porque votar votamos todos, los conscientes y los indiferentes. Esto produce turbulencias institucionales en cuanto los partidos no interioricen un plus de responsabilidad democrática que el pueblo no les exige. Imaginemos un piloto de vuelo que toma sus decisiones según vote a mano alzada el conjunto de sus pasajeros preocupados o por el confort o por llegar cuanto antes, y sin la más mínima idea de seguridad aeronáutica.

¿Impugno con esto nuestro sistema? No, sino que resalto una fragilidad que el propio sistema democrático reconoce y puede subsanar mediante la separación de poderes y las instituciones libres de la refriega partidista. El papel de la monarquía hoy es crucial, porque goza de una autoridad que cala en los más jóvenes y en los mayores, conscientes y no.

Ha sido una suerte que la princesa de Asturias jure la Constitución precisamente ahora, cuando su popularidad entre los jóvenes es tan alta. No por la Constitución en sí, que es no es ni mucho menos una protección mágica, como vemos, sino por la asunción de una responsabilidad de custodia, que ahora mismo es imprescindible.

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