Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Vvuelos de cazas rozando la oreja. El estruendo de helicópteros. Sacas a pasear al chucho y te topas con un portaaviones plantado en primera línea de horizonte. Solo faltaba Rambo con su machete. Todo puede pasar en Cenacheriland: unas maniobras militares en pleno julio, al calor de san Fermín. En vez de toros, encierros de infantería de marina. Maniobra política en TikTok. A falta de inversión en defensa, un contraataque en Instagram para que lo rieguen los guiris ávidos de rarezas spanish.
Nuestras naves insignia —el portaaviones Juan Carlos I (L-61) y el buque de asalto anfibio Galicia (L-51)— son prodigios de los astilleros de Navantia. Desde Jorge Juan hasta hoy, la construcción naval se nos ha dado bastante bien. Incluso tenemos el Isaac Peral (S-81), un submarino exportable, oiga. Gracias al reportaje fotográfico de Jaime Albiñana en Málaga Hoy, vimos las costuras de un ejército con más testosterona que medios técnicos: demasiados objetivos, carne de dronería y lanchas de desembarco que parecen de juguete comparadas con las que pilotan los narcos. Ahora hay prisa por rearmarse, con el aumento del gasto militar que exige el nuevo contexto trumpista. Por falta de creatividad y tradición estratégica no nos quejamos: celebramos el centenario del desembarco de Alhucemas, la primera operación anfibia moderna planificada y ejecutada con éxito. Un modelo que, décadas después, inspiraría el Día D en Normandía. Así vivimos de las rentas. Pero lo de La Malagueta fue otra cosa. Casi un espectáculo disneyano, digno de Piratas del Caribe. Solo faltó el Capitán Garfio. El 26 de octubre de 2014, la Asociación Histórico-Cultural Teodoro Reding recreó otro desembarco: el británico de 1812 en la muy merdellona, corsaria y napoleónica Málaga. Fue en el mismo lugar donde lo del jaleo del martes, en La Farola —que acabará tapada por un rascacielos—. Hubo desfiles, pólvora, cañonazos y ropajes de época para rememorar aquel intento de asalto a la ciudad. Lo curioso es que estos apasionados de la historia parecían contar con más presupuesto, medios o, al menos, interés institucional que el que reciben nuestras Fuerzas Armadas. Las mismas que, con discreción y muy escasos recursos, siguen sacándonos las castañas del fuego: amigo y enemigo. Y encima están mal pagados. Pero lo que nos altera es que peligra la sede en el Mundial de Fútbol de 2030 con una inversión estratosférica y esteril. Así nos las gastamos. ;-)
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