La dura vida del autónomo

18 de octubre 2025 - 03:07

Cierta tertuliana televisiva se metió el otro día con los pobres autónomos. Y en vez de criticar la subida criminal de cuotas que quería imponernos el Gobierno más progresista de toda la historia de la humanidad, incluso llegó a decir que le parecería bien que hubiera menos autónomos porque eso significaría menos precariedad y más contratos indefinidos. Y todos esos contratos, ¿quién los pagaría? ¿Y con qué dinero? Porque lo único que sabemos los pobres desgraciados que somos autónomos –al menos los que no hemos perdido aún la razón ni tenemos que vivir bajo un puente– es que estamos obligados a pagar unas cuotas de la Seguridad Social que nos suponen un sacrificio prácticamente inasumible. La vida de la mayoría de los autónomos es muy dura, a pesar de que nuestra izquierda neanderthal nos desprecie al considerarnos poco menos que antropófagos al servicio del capitalismo depredador y heteropatriarcal y colonizador y blablablá.

Los pobres autónomos no son profesionales forrados que esconden sacos de billetes en un doble fondo de la pared, sino personas que por lo general tienen un negocio pequeñito que apenas deja beneficios o que malviven teletrabajando en un cuchitril que comparten con otros desgraciados (a esa decorosa pobreza la llaman ahora co-working). En la apasionante vida del autónomo, la rutina diaria consiste en esperar el pago de una factura que siempre se retrasa por múltiples e incomprensibles razones, sobre todo cuando se trata una administración pública (una de las excusas más formidables que he conocido es la de “el señor interventor no ha podido firmar todavía la orden de pago”). Caray con el señor interventor, ese funcionario que tiene su sueldo blindado por convenios y sexenios y permisos que nunca podremos disfrutar los autónomos.

En materia de economía, la izquierda profesa el pensamiento mágico: lo único que se necesita para prosperar son burócratas y pensionistas y sindicalistas y funcionarios. Y todo eso que antes se llamaba “tejido productivo” –es decir, autónomos, empresarios, comerciantes, hoteleros– no son más que parásitos que hay que eliminar poco a poco (o muy deprisa, si es posible). En fin, el desastre. Igual que la vida actual de los pobres autónomos.

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