Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Anatomía de un bostezo
A falta de dos días, la predicción de los mayas parece cada vez más real: el mundo se acaba. Descartamos el significado literal, tal vez por optimismo, pero no cabe duda de que la ciudad, el país en que vivíamos, está dejando de existir y se convertirá en un nostálgico recuerdo si no este viernes, a golpe de profecía, el siguiente, con la ayuda de un consejo de ministros o un pleno.
Ya ha habido señales. Una vecina de Los Corazones y un ardaleño se quitaron la vida la semana pasada acorralados por los embargos y las deudas y la perspectiva del desahucio de sus viviendas. Es una descorazonadora catástrofe que pasa por nuestro lado como un río bravo que miramos con la esperanza de nunca cruzar pero está tan crecido que se puede llevar a cualquiera por delante. Hoy nos sentimos indignados, pero los dramas cotidianos dejan de remover conciencias cuando se convierten en rutina y ese es el camino inequívoco del fatalismo.
Son irrefutables las pruebas de que todo cuanto conocemos cambiará drásticamente. Con las nuevas tasas, Justicia se vuelve elitista e inaccesible para muchos y, por tanto, injusta de partida. La sanidad pública y universal disfraza de eficiencia su decisión de dejar por el camino a los ciudadanos más indefensos. Se malgastan los recursos invertidos y se renuncia al avance científico prescindiendo de investigadores y docentes en mitad de su carrera. Se va descomponiendo la civilización a nuestro alrededor, aquellos valores y servicios de que nos dotamos, a los que defendemos y contribuimos.
Y, por si había algún resquicio de esperanza para la predicción maya, identificables sectores políticos intentan dinamitar la cohesión social situando a los culpables en la puerta de al lado para que nadie los busque en el despacho de arriba. Es peligroso inocular el odio contra los profesionales de la justicia, la sanidad o la educación -tachándolos de privilegiados o derrochadores por defender el Estado del Bienestar- en una población indignada pero estoica que está gastando la calle de tanto protestar.
La profecía cuadra el círculo: los derechos conquistados se desmoronan lentamente y los políticos, que deberían solucionarlo, han sacudido sus culpas sobre la espalda de los ciudadanos. Y parecen tener razón: tan malos debieron ser algunos que hasta los Reyes Magos dejarán de visitar La Luz y Santa Rosalía- Maqueda. No deberíamos tener miedo a que el mundo se acabara, sino a que siguiera como está.
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