Letra pequeña

Javier Navas

Qué haríamos sin él

04 de julio 2010 - 01:00

EN el show bussiness no hay que arriesgar demasiado. Quienes se dedican a traficar con símbolos, como los libros, las películas o las ideologías, saben que cuando uno funciona hay que seguir estrujándolo hasta mucho después de haberlo dejado del todo seco. Estrenan la tercera parte de Crepúsculo; ya amenazan con los últimos episodios de Harry Potter; de la tele pasa al cine el inocuo equipo A, que no matará a nadie salvo quizá a los espectadores, de presumible muermo… En cuanto a los capítulos que nos quedan de Blas Infante, ni se sabe. Antes del definitivo The end se habrán vaciado los mares, las estrellas caerán sobre la tierra y a Arrayán le faltará poco para terminar.

Heredia y Conejo, barandas del PSOE malagueño, anuncian una ofensiva para promocionar el recuerdo del prócer de Casares. La originalísima idea de Heredia y el otro consiste en que se le ponga su nombre a cosas municipales: calle Blas Infante, colegio Blas Infante, complejo polideportivo Blas Infante, pipicán de San Blas… También hay un proyecto que consiste en restituir "la dignidad y el honor" de quien murió víctima de la saña de nuestra catástrofe nacional. Pero el honor y la dignidad del muerto no son víctimas de nada porque nadie las enjuicia. Conejo y el otro también proponen que los ayuntamientos se apunten a jalear su memoria vinculándola con la autonomía (¿o habrán querido decir "con la Junta de Andalucía"?).

Como padre de la patria, Infante es muy cómodo. Lo primero que cabe esperar de un santo es que no hable en misa. Sus textos son imposibles de localizar, ya en las librerías tradicionales, ya en internet. Su mayor éxito de ventas es una colección de fragmentos seleccionados por Manuel Pimentel. Pero Pimentel o cualquier otro, escogiendo bien, puede hacer que el autor original diga lo que al compilador le parezca. A su favor, Blas Infante tiene que no es un energúmeno racista como Sabino Arana. En su contra, tiene que no es un energúmeno racista como Sabino Arana. Salvo algún exceso lírico, su nacionalismo es cordial y razonable. Pero la razón esteriliza los nacionalismos, sin un poso de bestialidad no arraigan. El himno de Andalucía habla de pedir tierra, de libertad; en él la palabra "guerra" se asocia a lo negativo. Els segadors, himno de Cataluña, anima a endiñar buenos golpes de hoz, no precisamente para cortar alfalfa. Por eso el catalanismo goza de mejor salud.

Es curioso. Seguro que se planteó con otras intenciones, pero la memoria histórica en general ya es un asunto de merchandising y nuestros hijos de su patria van a hacer de Blas Infante una imagen de marca para camisetas y tazas de desayuno como Pucca, la gatita Kitty, Snoopy o el mono de Paul Frank.

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